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sábado, 29 de agosto de 2020

Dios escoge lo débil del mundo para demostrar su amor y su poder

 509) Herodes, encubridores y el martirio de San Juan Bautista

Una realidad que nos cuesta asimilar a los hombres es la diferencia que existe entre nuestros criterios y conductas y los criterios y conductas de Dios. Nuestro empeño en darle categoría humana a todo lo que no somos nosotros nos envuelve de tal manera que se nos hace casi imposible comprender algo sin incluirlo en nuestras categorías antropomórficas. O le damos a todo una explicación "humana" o le damos forma "humana". Por eso, por ejemplo, cuando vemos el cielo gris decimos que "está triste", cuando el perro se alegra porque nos acercamos para darle de comer decimos que "nos ama", cuando el árbol da mucho fruto después de haberlo cuidado, podado y regado decimos que "está agradecido". Son conductas únicamente humanas que atribuimos a lo que no somos nosotros, pues es la única manera en la que podemos explicar esos fenómenos. Igual nos pasa cuando nos referimos a la realidad espiritual, sobre todo en cuanto nos referimos a Dios. A Dios le atribuimos absolutamente todas las cualidades humanas, pues es la única manera en la que podemos entrar en una comprensión más clara de lo que Él es. Al ser espíritu puro, Dios no tiene cuerpo, no tiene materia. Aún así, a Dios le atribuimos categorías antropomórficas pues no tenemos otra manera de entender su ser. Decimos que Dios "nos ama con todo su corazón", que está continuamente "poniendo sus ojos sobre nosotros", que "nos acuna en sus brazos", que "nos toma de su mano", que "acerca su oído para escuchar nuestra plegaria". La realidad es que Dios, al no tener realidad material, al no tener cuerpo, no tiene corazón ni ojos, no tiene brazos ni manos ni oídos. Esto no quiere decir que no nos ame ni nos vea, que no nos acune ni nos conduzca ni nos proteja, que no nos escuche. Lo hace, sin duda, pero de una manera que no sabemos cómo se hace realidad en Él. Estamos totalmente seguros que sí lo hace. Lo más propio será decir que en Dios todo es "intuición". Dios nos ama, nos ve, nos toca, nos escucha, intuyendo. Dios "intuye". Precisamente esa imposibilidad del hombre de "agarrar" al Dios que escapa de esa posibilidad de "ser agarrado", es la que ha hecho que para nosotros haya sido necesario categorizar a Dios con nuestras categorías humanas, dándole la forma y el criterio por el cual podemos hacerlo más nuestro, más cercano a nosotros. Y es también lo que ha hecho que Dios haya "condescendido" con nosotros, motivado por su infinito amor, haciéndose "agarrable" en Jesús, el Salvador, segunda Persona de la Santísima Trinidad, por lo tanto, Dios y espíritu puro originalmente, quien "se despojó de su rango, pasando por uno de tantos". Algunos teólogos afirman que cuando Dios dijo "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", lo dijo no solo refiriéndose a su inteligencia y su voluntad, a la libertad y a su capacidad de amar, sino a la corporalidad que asumiría su Hijo en Jesús, al cual tenía ya en su mente, pues para Él todo tiempo, pasado, presente y futuro, es un eterno presente.

Esta categorización humana de Dios que nos empeñamos en hacer la hemos llevado hasta las últimas consecuencias, invadiendo incluso el terreno de los criterios y las conductas de Dios. Pretendemos, de alguna manera, el dominio de Dios según lo hacemos nosotros con las otras criaturas de la creación, creyendo que Dios es manilupable igual que ellas. Por eso Dios mismo sale a nuestro encuentro con amor paternal para aclararnos bien las cosas: "'Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son Mis caminos', declara el Señor". Es necesario que Él mismo lo aclare, por cuanto nuestra tentación es pensar que Dios debe pensar como pensamos nosotros y que debe actuar como actuamos normalmente nosotros. Que debe hacer las cosas según nuestro arbitrio y no según lo que Él, en su libertad absoluta e infinitamente sabia, determina que debe hacerlas y pensarlas. Evidentemente, esto choca frontalmente con lo que nosotros hacemos con todo en lo cotidiano. En todo caso, Dios sigue actuando sin que nadie le indique cuál debe ser su camino ni su criterio, pues Él mantiene para siempre su infinita sabiduría y su infinito poder, sin que nosotros, desde nuestra nada delante de lo infinitamente grande que Él es, podamos intentar ni hacer algo por impedirlo. La mejor manera de reconciliación entre lo que nosotros pensamos y lo que Dios intuye, entre las actuaciones de Dios y lo que nosotros pensamos que debería ser, es la humildad. Asumir nuestra realidad tal como es, asumir la realidad de Dios que se escapa de nuestra comprensión total y de nuestro dominio, asimilar en lo más íntimo de nuestro corazón y de nuestra mente que todas las actuaciones de Dios son motivadas única y exclusivamente por su amor, que es lo que Él es en lo más íntimo de su esencia, y nunca podrá actuar en contra del amor que es Él mismo, pues no puede jamás actuar en contra de sí ni contradecir su propio ser, pues eso implicaría su autodestrucción y su desaparición, lo cual es un absurdo total. Es, en fin, abandonarse confiados en sus criterios y acciones, pues sabemos que, desde su amor, serán siempre los que Él considere los mejores para nosotros, aunque se mantengan en la categoría de misteriosos. Es lo que afirmaba san Pablo: "Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor". Para nosotros, lo lógico sería que Dios escogiera para sí a lo más granado según nuestras categorías humanas. Lo que Dios hace, en todo caso, es lo más absurdo: escoger a los que menos valen. Está claro que sus pensamientos no son nuestros pensamientos.

De esa manera actúa y actuará siempre, por cuanto sus criterios son muy distintos a los nuestros. Nosotros hubiéramos elegido a los más poderosos para humillar y someter a quienes pretendían ejercer el poder, azotando a los más débiles. Hubiéramos lanzado diatribas, invocado a los ejércitos más poderosos, hecho caer rayos y centellas sobre los malos, en vez de permitir ser aprehendido, humillado, azotado y asesinado en una cruz. Hubiéramos elegido como apóstoles a los más doctos y no a los menos instruidos, a los más valientes y no a los más cobardes. Los hubiéramos mandado al mundo a anunciar la salvación con los mejores medios a la mano y no desprovistos de todo pasando por las más grandes necesidades, apoyados con fuerzas poderosas que enfrentaran a quienes se opusieran y no en la mayor debilidad para ser perseguidos, azotados, burlados y humillados. A Dios así le pareció mejor. Y es lo que le ha dado sentido al anuncio de su amor. Es el amor sencillo y humilde, que no es arrogante sino paciente, que quiere conquistar y no subyugar. Así fue la tarea que cumplió cada uno de los elegidos y enviados por Jesús al mundo, entre ellos Juan Bautista, quien desde la más grande debilidad y sin aspavientos de poder, se enfrentó al más poderoso, a Herodes, y dio testimonio de su mensaje incluso con la entrega de su vida. Lo que quedó para siempre fue su apego a la verdad y no la fuerza destructiva de su verdugo: "'Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista'. El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro". Venció la debilidad del Bautista aun muriendo. Y fue vencida la arrogancia y el poder de Herodes y de su mujer, quienes quedaron para toda la historia como símbolos del hedonismo malsano y ruin, despreciados por todos para siempre. Fue lo débil según nuestros criterios lo que venció. Y lo que consideramos poderoso e imbatible, fue lo que quedó humillado y despedazado. Dios eligió la debilidad de Juan Bautista para dar testimonio de la fortaleza del amor y de la verdad, por encima del mal y del poder malsano. Por eso, debemos bajar las cabezas delante de nuestro Dios que conoce perfectamente mejor que nosotros cómo pensar y cómo actuar, y dejarnos invadir humildemente por sus criterios y sus conductas, infinitamente más sabios, pues son los criterios y las acciones del amor y de la verdad.

jueves, 29 de mayo de 2014

Sé que me amas, pero hazme sentir tu amor

El amor, en sí mismo, es altamente compensador. De otra forma, no se entendería que seamos capaces de colocarnos en segundo lugar en función del amor. Hasta Dios mismo lo hizo. El Verbo eterno de Dios, Dios mismo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, el primero, por lo tanto, de todos los seres existentes, se puso de último porque amó al hombre hasta el infinito... "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo..." Es lo que explica su sacrificio cruento y sufriente en la Pasión y la Muerte... En esa entrega definitiva, ¿sintió compensación el Verbo eterno? Respondo sin titubeos que sí. porque el fin era el rescate de la humanidad de la situación de tinieblas en la que se encontraba, porque la amaba inmensamente. Y su gesto lo logró. El hecho de haber cumplido su objetivo ya, en sí mismo, es altamente compensador. Pero por ser Dios, esa satisfacción tuvo que haberse multiplicado por el infinito que es Él... No es que Dios la necesitara para sentirse bien, pues Él es la compensación de todo, por lo cual, podríamos decir que Él vive en una compensación continua. Para Él basta ser el amor para vivir en una eterna satisfacción personal. No necesita de más. Pero eso no significa que no sienta compensación por las cosas logradas, sobre todo si tienen que ver con gestos de su amor...

Igualmente, la respuesta agradecida del hombre, que no lo engrandece en nada porque Él es ya infinito en sí mismo, le causa, sin duda, una satisfacción. Que le digamos con una vida transformada, con unas acciones de fidelidad que enmarquen todas nuestras obras, con unas actitudes y conductas que denoten nuestra renovación interior por el logro de la Redención en nosotros, es satisfactorio para Él. Quien ama, no ama para recibir amor, pero sí se siente satisfecho cuando lo recibe. El amor más puro, el verdadero, es el amor oblativo, el de donación, el que se da porque sí, sin más.El amor puro y real no ama para ser amado. Puede que esa respuesta llegue a existir, pero no es condición para amar. Cuando se ama para recibir amor, hay de por medio un amor interesado, que puede tender al egoísmo. Es el amor concupiscente, que sólo ama en cuanto hay una respuesta que satisfaga, y ama en cuanto el amado represente un bien recibido que se dona a quien lo ama... El amor más elevado es el de benevolencia, el de "querer bien", el de desear lo mejor para el amado, sin importar ni siquiera si intuye quién se lo está procurando... Pero, somos humanos, y nos movemos también en sensibilidades y afectos. Los hombres necesitamos sabernos amados, nos gusta que nos agradezcan, no como un reconocimiento absolutamente necesario para hacer el bien, sino hasta como una cuestión de cortesía...

Las esposas y las novias están continuamente preguntándole a sus maridos o novios si las aman. No porque no lo sepan sino porque para ellas es "sabroso" escucharlo. Es compensador saberse amado, y esa compensación aumenta cuando los gestos, las palabras, las acciones, lo hacen evidente. El componente afectivo en la convicción es importante. No basta simplemente que "se sepa", pues es muy importante "sentirlo", "que me lo digan"...

Así es nuestra fe. Ella tiene un doble componente que es esencial. Por un lado, el componente intelectual, el que se refiere a las ideas, que es fundamental, pues es la base de todo el entramado construido con las ideas que sustentan lo que creemos. El intelecto en la fe tiene una importancia de primer orden por cuanto sobre esas ideas bien sólidas y firmes se construirá todo el edificio de las acciones y los afectos que la fe tendrá como expresión exterior... Pero no puede quedarse sólo en lo intelectual o lo de razonamiento. Es tremendamente necesario que la componente afectiva destaque también, pues el sentimiento del amor apunta igualmente a lo espiritual. El espíritu se alimenta de ideas, pero se mueve por afectos. El saberse amados debe estar complementado por el sentirse amados. Eso lo hizo Jesús a la perfección. Los apóstoles sabían que Jesús se iría y por eso se sintieron tristes. Pero Jesús, que "los amó hasta el extremo", les dio la alegría de su presencia continua. Dejó la Eucaristía, con el fin de que los apóstoles y con ellos todos los cristianos sintiéramos el "los sigo amando hasta el extremo", por toda la eternidad...

No hay que echar en saco roto la exigencia del intercambio de afectos en la fe.No apuntemos sólo a las convicciones, que con ser importantísimas y esenciales, deben ser complementadas por los afectos. Es muy hermoso saberse amados, pero más hermoso aún saberlo y sentirlo. Por eso Jesús insiste a los apóstoles de la compensación que recibirán cuando Él envíe al Espíritu, y cuando Él mismo retorne como rey del universo: "Pues sí, les aseguro que llorarán y se lamentarán ustedes, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría"... Es decir, recibiremos la compensación plena. Jesús se va, pero se queda. Jesús se va, pero volverá. Y nos seguirá gritando con todas sus palabras y sus obras, que nos ama hasta el infinito. Y sentiremos la compensación plena que nos hará plenamente felices...