Jesús no nos da opción. Al ascender al cielo y dejar el mundo en nuestras manos, nos dejó también un mandato. Debemos anunciar la buena nueva del amor y la salvación a todos los hombres.
Es la labor sublime que Él mismo vino a hacer al mundo. Y por eso es aún más sublime para nosotros. Nos encomienda hacer lo mismo que Él hizo. Pone en nuestras manos lo que fue su razón de vida. Jesús se hizo hombre para rescatar a los hombres de la muerte, de la oscuridad, del abismo en el cual él mismo se había sumido. Y lleva a cabo su tarea mediante la entrega plena de su vida. El inocente se entrega por los culpables. Eso quiere que hagamos también nosotros...
Pero Jesús se entregó desde su inocencia. Fue capaz de rescatar porque estaba en la rivera de la pureza y de la pulcritud, fuera del mal, del odio, de la oscuridad. Jesús fue la inocencia que rescató de la malicia, fue la luz que rescató de la oscuridad, fue la vida que rescató de la muerte, fue la santidad que rescató del pecado. De no haber sido así no hubiera podido realizar la redención.
Cuando, por tanto, Jesús pone en nuestras manos la colaboración en su obra de redención, es natural que pida que lo hagamos desde una condición similar a la suya. Que seamos inocentes, puros, santos... De lo contrario, no tendremos la capacidad de colaboración idónea.
Nuestra vida debe estar en continuo perfeccionamiento, debe dejarse guiar en el amor, debe dejarse corregir por la bondad de Dios. Él nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Y nos quiere mejores cada vez. Es, en consecuencia, un beneficio en primer lugar para nosotros mismos. Al corregirnos, Dios nos llena de sus beneficios y de su amor.
Y es, en segundo lugar, un beneficio para aquellos a los que somos enviados, al mundo que debemos evangelizar. Esa bondad debemos derramarla sobre los demás. Desde nuestra bondad, alcanzada con la guía y la corrección del amor de Dios, es que llevaremos adelante la obra de anuncio del Evangelio.
El cumplimiento de la tarea, de la misión encomendada, nos hará reconocibles a nuestro Dios. Desde nuestra autenticidad, desde nuestra transparencia, desde nuestra convicción y vivencia profundas, habiendo cumplido con alegría nuestra tarea, podremos hallar la puerta de entrada abierta para disfrutar del banquete celestial...
El objetivo es que atraigamos más y más hermanos a la fiesta de Dios. Que seamos más los que entremos a formar parte de la familia divina, de la Iglesia. Que se integren de todo el mundo aquellos a los que Jesús, con la entrega de su vida, quiere añadir al número de los hijos de Dios. Y nosotros podemos ayudarlo a hacerlo...
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