Ramón Viloria. Operario Diocesano. Ocupado en el anuncio del Amor de Dios y en la Promoción de la Verdad y la Justicia
lunes, 26 de agosto de 2013
Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes y los recordamos en nuestras oraciones.... (1Ts 1,2)
Pablo daba gracias a Dios por los tesalonicenses que habían escuchado la Palabra de Dios, la habían aceptado y la vivían con intensidad... Debe ser muy compensador saber que tu misión ha producido algún fruto, a pesar de que la misma Palabra de Dios nos dice que no debemos esperar ver los frutos. Nos toca sembrar. Otros cosecharán... Pero Dios, que es infinitamente misericordioso y que no se deja ganar en generosidad, le permite de vez en cuando al evangelizador disfrutar de los efectos de conversión que produce su predicación. Dios, realmente, nos malcría...
Pero el evangelizador, además de saberse en las manos de Dios y un simple instrumento en ellas, por lo cual no debe nunca envanecerse por la obra que logra Dios a través de él, carga sobre sus espaldas una tremenda responsabilidad. No se trata sólo de predicar. Se trata de asumir el compromiso de sostener en la fe a aquellos a los que predica. Por eso, Pablo dice "los recordamos en nuestras oraciones..." Es, sin duda, la conciencia clara de quien debe sostener a los que le han sido encomendados.
La evangelización no es sólo llevar la palabra de amor y de salvación de Dios a los hermanos. Es ser constante en esa misma predicación, es ser coherente con lo que se ha predicado, es asumir la vida como ese evangelio que no es ya proclamado, sino vivido, para que otros lo lean. El mejor evangelio no es el que está escrito, ni el que es predicado. Es el que es vivido, el que los demás leen en la vida del evangelizador. Ese será el que arrastre, el que convenza, el que conquiste. Si Jesús hubiera hablado de amor y no hubiera amado, su palabra hubiera sido vana. Si hubiera hablado de entrega y no hubiera muerto en la Cruz, en el culmen de la entrega, se habría quedado en lo bello de la palabra pronunciada. Nada más...
Hoy yo también quiero dar gracias a Dios. Quiero dar gracias por ustedes, fieles de Dios, que en el día a día asumen su responsabilidad de ser evangelio fresco predicado desde sus vidas en lo cotidiano que les toca. Gracias por el evangelio que me predica la mamá que se levanta temprano para hacer las arepas para su esposo y sus hijos, apuradita porque debe salir pronto a cumplir con sus responsabilidades en la oficina. Gracias por el evangelio que me predica el esposo que sale a la lucha cotidiana, en medio del fragor del tráfico, de las malas caras de los demás, de las llamadas de atención en el trabajo, pero que ofrece su saludo cariñoso a todos, que cumple responsablemente con su horario, que rechaza el facilismo de algo que le ofrecen para "ayudarse alguito". Gracias por el evangelio que me predica el hijo que vence las ganas de quedarse en la cama, que va con ánimo a las clases para aprender, sabiendo que está sembrando para el futuro, que no se contenta con estudiar "para pasar", con el "10 es 10 y lo demás es lujo", que se está preparando con conciencia pues está claro en que el futuro es suyo y la sociedad estará sobre sus hombros... Gracias por el evangelio que me predica el político que sabe que su acción debe buscar el mayor bien posible para la mayor cantidad de gente posible, que quiere ser honesto y lucha con denuedo para lograrlo, evitando colocarse "en el candelero", que no quiere ser "uno más del montón", que no se contenta con el "todo el mundo lo hace", o con el "no seas el más pendejo"... Gracias por el evangelio que me predica el obrero, el empleado, el estudiante, el albañil, el oficinista, el ama de casa, el ejecutivo, el criado, el desempleado..., cuando asume, cada uno de ellos, que Dios lo ha colocado en el mundo para que sea presencia suya. Y saluda, tiende la mano, es simpático, sonríe, se sobrepone a las tristezas y las dificultades, los dolores y las enfermedades, comparte sus alegrías y sus logros... Gracias por el evangelio que me predican todos ustedes, los que viven en el amor; que saben que si no lo hacen, no habrá amor en el mundo, y por eso asumen la parte que les corresponde. Y así hacen el mundo un poquito mejor para todos, incluso para ustedes mismos, pues así reciben mucho más amor...
Me comprometo a orar mucho por ustedes. A ponerlos siempre delante de Dios y de su Hijo, Jesús. Le pediré a Dios que los trate siempre muy bien, como se lo merecen, pues sus vidas son el libro en el cual Él está escribiendo al mundo su Palabra. En ellas, en sus vidas, Dios le está gritando al mundo, a cada uno de los hombres, que los sigue amando...
¡Gracias! ¡Mil gracias! Los encomiendo en mis oraciones
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