viernes, 30 de mayo de 2014

Es imposible no hablar de Jesús

Ser apóstol no es un añadido para los cristianos. Cometemos un gravísimo error cuando consideramos el dar testimonio como una cuestión optativa, cuando en realidad es la más pura expresión del ser cristiano. Así como podemos afirmar que un hombre está vivo porque lo vemos respirar, así mismo podemos decir que un cristiano está vivo porque lo vemos dar testimonio de su fe. El apostolado es al cristiano como la respiración al hombre. Una de las cuestiones esenciales que puso Cristo sobre el tapete para cada uno de los que lo seguirían en el futuro fue el anuncio del Evangelio. "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación". Es necesario asumir que previamente hubo la fe, pero que esa fe se manifestaría viva sólo en la ocasión de dar testimonio de ella.
Pero el testimonio no es sólo manifestación de la fe que se vive. En esa condición indispensable se funda, pero va más allá. Ser cristiano es una cuestión de amor. Uno se sabe cristiano cuando ha aceptado la obra que ha realizado Jesús por amor al hombre. Lo que Jesús procuró para todos fue el mayor bien, que es la recuperación de la Gracia, de la inocencia, con la cual se logra el único modo de acceso a la felicidad eterna. La ganancia para Jesús fue simplemente cumplir con lo que lo impulsaba a hacer el amor. Nada más. La gloria que Jesús obtiene con su resurrección y su ascensión a los cielos no es ganancia, es recuperación de lo que era suyo y que había puesto entre paréntesis temporalmente. Al ser obra del amor, el hombre se transforma en un ser que vive el amor. De esa manera, compartir lo que vive no es sólo el cumplimiento de un mandato, sino dejar que la naturaleza del amor salga a flote. El amor es difusivo y tiende a salir de sí para darse completamente. Un amor que se queda en el sujeto no es tal. Es narcisismo. Y así, muere, pues pierde su esencia oblativa. La negación de la esencia de algo es la pérdida de su ser y por lo tanto, su muerte.
Pero hay más. Sólo en quien comparte se puede verificar la alegría que vive. Nadie que reciba una noticia que le dé máxima satisfacción puede guardarse esa alegría. También la alegría es difusiva y busca donarse, busca ser compartida, busca hacerse mayor al extenderse. Lo dice el mismo Jesús: "Les he dicho todo esto para que su alegría llegue a plenitud". También Cristo vivió la alegría de su obra completada y ella fue máxima cuando la compartió. Dar a todos la noticia feliz de la salvación hace que la noticia llene más de alegría. Una alegría que es de muchos es más propia y más grande.
Y el apostolado, además, es conciencia clara de instrumentalidad y de acompañamiento. En la fe, el cristiano no es protagonista. Tampoco en el apostolado. Su conciencia debe ser siempre la de la instrumentalidad. De ninguna manera él es la raíz de la buena noticia, sino sólo su difusor. Cuando el cristiano asume su puesto correcto en la obra de la evangelización, jamás caerá en la tentación de enmendar la plana ni a Jesús ni al Espíritu Santo. Es Dios quien debe ser presentado por el testimonio del salvado. El cristiano lo hace con su vida y su palabra. Ellas deben reflejar lo que Dios ha hecho en él. Nunca deben ni oscurecer ni obstaculizar lo que Jesús quiere que llegue a todos los hombres. Es lo de Jesús lo que debe ser transmitido y lo del cristiano sólo debe reflejarlo y no impedirlo. Pero además, es una obra en la que la seguridad de saberse acompañado hace que el cristiano se sienta más audaz en su obra de testimonio. San Pablo recibió esta seguridad de labios del mismo Jesús: "No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo, y nadie se atreverá a hacerte daño". ¿Cómo callar cuando se sabe que es el mismo Jesús quien lo acompaña? ¿Cómo ahogar la voz del Cristo Salvador, que "me amó y se entregó a la muerte por mí", cuando Él mismo quiere darse a otros a través de mí para ser también la salvación de ellos? Imposible no hablar cuando se tiene la convicción absoluta que nos da Cristo.
Es en el amor que se funda el testimonio. Es también en la alegría que quiere ser compartida para ser más grande. Es por un mandato de Cristo que debemos ser apóstoles para demostrar que estamos vivos. Pero es igualmente por ocupar el lugar de instrumentalidad en la obra salvadora, sabiendo que Jesús va con nosotros y que desde nosotros quiere seguir dándose a cada hombre y mujer a los que ama infinitamente...

jueves, 29 de mayo de 2014

Sé que me amas, pero hazme sentir tu amor

El amor, en sí mismo, es altamente compensador. De otra forma, no se entendería que seamos capaces de colocarnos en segundo lugar en función del amor. Hasta Dios mismo lo hizo. El Verbo eterno de Dios, Dios mismo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, el primero, por lo tanto, de todos los seres existentes, se puso de último porque amó al hombre hasta el infinito... "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo..." Es lo que explica su sacrificio cruento y sufriente en la Pasión y la Muerte... En esa entrega definitiva, ¿sintió compensación el Verbo eterno? Respondo sin titubeos que sí. porque el fin era el rescate de la humanidad de la situación de tinieblas en la que se encontraba, porque la amaba inmensamente. Y su gesto lo logró. El hecho de haber cumplido su objetivo ya, en sí mismo, es altamente compensador. Pero por ser Dios, esa satisfacción tuvo que haberse multiplicado por el infinito que es Él... No es que Dios la necesitara para sentirse bien, pues Él es la compensación de todo, por lo cual, podríamos decir que Él vive en una compensación continua. Para Él basta ser el amor para vivir en una eterna satisfacción personal. No necesita de más. Pero eso no significa que no sienta compensación por las cosas logradas, sobre todo si tienen que ver con gestos de su amor...

Igualmente, la respuesta agradecida del hombre, que no lo engrandece en nada porque Él es ya infinito en sí mismo, le causa, sin duda, una satisfacción. Que le digamos con una vida transformada, con unas acciones de fidelidad que enmarquen todas nuestras obras, con unas actitudes y conductas que denoten nuestra renovación interior por el logro de la Redención en nosotros, es satisfactorio para Él. Quien ama, no ama para recibir amor, pero sí se siente satisfecho cuando lo recibe. El amor más puro, el verdadero, es el amor oblativo, el de donación, el que se da porque sí, sin más.El amor puro y real no ama para ser amado. Puede que esa respuesta llegue a existir, pero no es condición para amar. Cuando se ama para recibir amor, hay de por medio un amor interesado, que puede tender al egoísmo. Es el amor concupiscente, que sólo ama en cuanto hay una respuesta que satisfaga, y ama en cuanto el amado represente un bien recibido que se dona a quien lo ama... El amor más elevado es el de benevolencia, el de "querer bien", el de desear lo mejor para el amado, sin importar ni siquiera si intuye quién se lo está procurando... Pero, somos humanos, y nos movemos también en sensibilidades y afectos. Los hombres necesitamos sabernos amados, nos gusta que nos agradezcan, no como un reconocimiento absolutamente necesario para hacer el bien, sino hasta como una cuestión de cortesía...

Las esposas y las novias están continuamente preguntándole a sus maridos o novios si las aman. No porque no lo sepan sino porque para ellas es "sabroso" escucharlo. Es compensador saberse amado, y esa compensación aumenta cuando los gestos, las palabras, las acciones, lo hacen evidente. El componente afectivo en la convicción es importante. No basta simplemente que "se sepa", pues es muy importante "sentirlo", "que me lo digan"...

Así es nuestra fe. Ella tiene un doble componente que es esencial. Por un lado, el componente intelectual, el que se refiere a las ideas, que es fundamental, pues es la base de todo el entramado construido con las ideas que sustentan lo que creemos. El intelecto en la fe tiene una importancia de primer orden por cuanto sobre esas ideas bien sólidas y firmes se construirá todo el edificio de las acciones y los afectos que la fe tendrá como expresión exterior... Pero no puede quedarse sólo en lo intelectual o lo de razonamiento. Es tremendamente necesario que la componente afectiva destaque también, pues el sentimiento del amor apunta igualmente a lo espiritual. El espíritu se alimenta de ideas, pero se mueve por afectos. El saberse amados debe estar complementado por el sentirse amados. Eso lo hizo Jesús a la perfección. Los apóstoles sabían que Jesús se iría y por eso se sintieron tristes. Pero Jesús, que "los amó hasta el extremo", les dio la alegría de su presencia continua. Dejó la Eucaristía, con el fin de que los apóstoles y con ellos todos los cristianos sintiéramos el "los sigo amando hasta el extremo", por toda la eternidad...

No hay que echar en saco roto la exigencia del intercambio de afectos en la fe.No apuntemos sólo a las convicciones, que con ser importantísimas y esenciales, deben ser complementadas por los afectos. Es muy hermoso saberse amados, pero más hermoso aún saberlo y sentirlo. Por eso Jesús insiste a los apóstoles de la compensación que recibirán cuando Él envíe al Espíritu, y cuando Él mismo retorne como rey del universo: "Pues sí, les aseguro que llorarán y se lamentarán ustedes, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría"... Es decir, recibiremos la compensación plena. Jesús se va, pero se queda. Jesús se va, pero volverá. Y nos seguirá gritando con todas sus palabras y sus obras, que nos ama hasta el infinito. Y sentiremos la compensación plena que nos hará plenamente felices...

miércoles, 28 de mayo de 2014

Quiero hacerme comprender porque te amo

San Pablo, el gran evangelizador de la gentilidad, el "Apóstol de los Gentiles", desarrolló toda una extraordinaria teología sobre la salvación, llamada "soteriología", que no ha sido aún superada. Su convicción profunda de que la salvación de Jesucristo era universal, rompió un celofán extemadamente delicado en la mentalidad hebrea de la época, sobre todo en aquellos que consideraban a Israel, como ciertamente lo era, el único "Pueblo Elegido", pero con la absurda pretensión de que esa unicidad era también referida a la salvación. Por lo tanto, aquellos radicales afirmaban que Israel, único "Pueblo Elegido", era también único "Pueblo Salvado". Pablo magistralmente concluyó: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad", con lo cual derrumbó el muro casi incólume de los radicalismos salvíficos, cualquiera de ellos... La salvación que vino a traer Jesús, aunque surgiera desde el seno más íntimo de Israel, de uno de sus miembros, descendiente de David, se esparcía por todo el mundo y sobre todos los hombres...

Esto en sí mismo planteó una dificultad de base: ¿Cómo hacerle llegar a aquellos que no conocían la historia de Israel, que es historia de salvación, la convicción de que Jesús era el "Mesías prometido", el "Esperado de las Naciones"? Aquellos que escuchaban el Evangelio sobre Jesús y que venían de la gentilidad, no tenían idea de lo que sí sabía perfectamente cualquier miembro del pueblo de Israel... Los judíos estaban a la espera de la "plenitud de los tiempos", en la que se daría la llegada del Salvador, del Mesías Redentor... Pero, ¿a quién esperaba un gentil? Ellos tenían una vida religiosa absolutamente distinta a la que vivía cualquier israelita. ¿Cómo fundamentar una doctrina sobre la esperanza a quienes no estaban esperando nada, pues ya tenían sus dioses, no tenían el desarrollo de la teología del pecado y de la gracia, no sabían que debían ser rescatados de una situación de muerte espiritual...? La cosa no era tan sencilla. Hoy nosotros lo vemos con sencillez desde la óptica de todo lo logrado. Pero en aquellos tiempos se trataba de echar las bases de un edificio que no existía ni siquiera en sus fundamentos...

Por eso, asumir lo de los gentiles era fundamental para poder entrar en la dinámica de la evangelización de la mejor manera. Hoy a eso lo llamamos "Inculturación del Evangelio". De nuevo, San Pablo se erige en el mejor maestro de cómo se debe hacer. Cuando llega al Areópago, descubre el monumento al "Dios desconocido", y con una visión sorprendente y una extraordinaria inteligencia dice: "Atenienses, veo que ustedes son casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en sus monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: 'Al Dios desconocido'. Pues eso que ustedes veneran sin conocerlo, se lo anuncio yo". Es impresionante cómo Pablo utiliza lo del pueblo que va a evangelizar para hacer su anuncio... E incluso llega a utilizar literatura que ellos conocen y que le viene muy bien para el objetivo que él persigue: "(Dios) Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de sus poetas: 'Somos estirpe suya'". La manera de predicar de Pablo en este caso es totalmente distinta a la que hubiera hecho con los israelitas, en la que habría echado mano a la creación, al pecado, a la gracia, a las promesas de envío del Mesías... Con los gentiles no podía hacerlo, pues desconocían totalmente sobre esto...

La inculturación es esencial en la evangelización. Los hombres nos movemos en categorías específicas, propias de cada una de las mentalidades diversas. Es necesario que Dios sea hecho llegar a todos de manera comprensible, asequible. El mejor modelo lo tenemos en el Verbo, que realizó el gesto de inculturación más dramático de la historia, al encarnarse. Siendo Dios, "se despojó de su rango, pasando por uno de tantos". La encarnación es la inculturación más perfecta, pues para hacerse asequible, el Hijo de Dios, el Verbo eterno, el que está por encima de la historia, se hizo historia, se metió de lleno en la humanidad haciéndose un hombre más como cualquiera, naciendo de una mujer, criado por unos padres, creciendo en estatura, en edad y en gracia... Nada de esto lo necesitaba, pues nada de eso era de su naturaleza. Pero en atención a la salvación del hombre lo realizó radicalmente... La raíz está en el amor. No hay encarnación posible si no hay amor. La verdadera inculturación tiene su base sólida en el amor por aquellos a los que se quiere llegar. Jesús se inculturó encarnándose porque ama a la hombre. Quien quiera inculturar el Evangelio en una sociedad específica debe amar a cada uno de los miembros de esa sociedad. De lo contrario, siempre habrá una manipulación, una sensación de superioridad, una actitud que se cree por encima de aquellos a los que se quiere llevar el Evangelio...

Por eso San Juan Pablo II acertadamente llamó a la Iglesia a una "Nueva Evangelización", pues se necesita de una nueva inculturación del Evangelio. Nos lo reclama cada hombre y cada mujer del mundo. Nos lo pide la misión que debemos cumplir en el mundo. Y nos lo posibilita el Espíritu Santo, único protagonista de la evangelización, y por lo tanto, de la inculturación del Evangelio, quien nos fue donado para guiarnos "hasta la verdad plena"...

martes, 27 de mayo de 2014

¿Qué tienes que hacer para salvarte?

"¿Qué tengo que hacer para salvarme?" Es la pregunta que se hace todo hombre que cree en la vida eterna. No se la plantean los nihilistas, los existencialistas ateos o los positivistas, para quienes hablar de vida eterna es un absurdo, pues o no existe o no se puede nunca comprobar. Pero para quien tiene un mínimo de espíritu religioso, por el cual se concluye que necesariamente debe existir algo después, sustentado en un ser superior que tuvo que haberlo creado, dado su orden, su movimiento, su lógica de base, es una pregunta inquietante. Las preguntas fundamentales del hombre tienen que ver sobre su propia existencia. Plantearse interrogantes diversas a sí mismo, fijando su mirada en lo accesorio, en lo pasajero,  denota o una tremenda inmadurez espiritual o simplemente materialismo atroz... Todo hombre, en un momento de su existencia, se pregunta sobre su propio ser: ¿Quién soy yo?, ¿De dónde vengo?, ¿Quién es la causa última de mi existencia?, ¿Para qué estoy en el mundo?, ¿Qué misión debo cumplir?, ¿Hacia dónde debo dirigirme?, ¿Cuál será mi final?, ¿Tendré final o hay alguna realidad superior en la que desarrollaré una vida en continuidad con esta que se me acaba? Y como todo hombre, en lo más íntimo de su conciencia, tiene un sustrato religioso que sólo desaparece si se ahoga voluntariamente, la pregunta sobre lo trascendente se pone inmediatamente en el lugar principal: ¿Hay un ser superior del que depende todo lo que existe? ¿No es lógico que dado el orden de todas las cosas, la lógica con la que se comportan a través de las leyes naturales, exista alguien superior que ha dejado su huella en ellas? ¿Toda mi realidad espiritual por la cual puedo pensar, puedo ser libre, puedo tener afectos, puedo amar, puedo odiar, puedo ser solidario, puedo exigir justicia, puedo procurar la paz y la armonía social, han surgido sólo de procesos bioquímicos que se han dado en mí, teniendo así un origen meramente corporal, o han surgido de algo superior que yo no controlo y está por encima de mí, y por lo tanto es preexistente, superior, eterno, inmaterial, infinito?

Estas preguntas han devanado los sesos de millones y millones de hombres durante toda la historia. Con más o menos profundidad los hombres han intentado siempre de dar respuestas a ellas. Todos los sistemas filosóficos se han construido sobre la base de alguna de las respuestas que se hayan dado. Y dependiendo del enfoque más o menos espiritualista, más o menos materialista, ha surgido todo un cuerpo de pensamiento que ha llegado a condicionar hasta los sistemas económicos, políticos, sociales, ideológicos del universo... Dependiendo del concepto de hombre o de Dios que se construya, se echarán las bases para construir el edificio ideológico concreto... Pero, al parecer, la rendición del hombre ante la evidencia de lo espiritual debe ser siempre una variante a tener en cuenta. De ninguna manera es criticable que algunos concluyan la no existencia de Dios o la imposibilidad de comprobar su existencia. La misma condición de seres pensantes con la cual nos enriqueció el Dios Creador, pone esa posibilidad como cierta. Pero también es cierto que muchos, al final de su desarrollo, al surgir en sus conciencias una cierta frustración por la pretendida comprobación de la futilidad de la vida, de su revocabilidad, de su condición de casi "desechable", sucumben y apuntan a una meta superior que hace que todo cobre nuevo sentido...

Los grandes filósofos griegos, con Sócrates a la cabeza, no fueron nihilistas, y aunque no se puede afirmar la existencia de fe en ellos, tampoco se puede decir que fueron ateos. Su pensamiento los condujo a la conclusión de la existencia de "Ser", del cual surgía todo, que era origen de todo el universo, que tenía que existir por necesidad. Ese "Ser" -"Ontos"-, tenía que ser Uno, Bueno, Verdadero y Bello... Condiciones indispensables del que era la chispa inicial de todo lo que existe... En algún momento de sus vidas, casi todos los hombres llegan a esta conclusión. Quizá con procesos diversos, quizá con nombres diversos... Pero todos se rinden ante una evidencia que no tiene comprobación científica, pero que esta allí...

Por eso la pregunta: "¿Qué tengo que hacer para salvarme?", es decir, ¿qué tengo que hacer para hacerme digno de esta vida que me ha dado el Ser, Dios? ¿Qué debo hacer para no morir eternamente? ¿Qué debo hacer para vivir en la esperanza y no en la frustración de un futuro inexistente? Sabiendo que voy a vivir eternamente, ¿qué tengo que hacer para asegurarme que ese futuro eterno será feliz para mí? La respuesta es sencilla. Pablo se la dio al carcelero: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia". Creer en Jesús... He ahí la clave de la salvación. No se trata sólo de saber que existió Jesús y que aún existe, sino de escucharlo, amarlo, seguirlo y hacerse su anunciador al mundo. Creer es profundamente comprometedor. No termina en confesar que se tiene fe en Él, sino en asumir todas las consecuencias de ser de Él. Creer es, por lo tanto, ser de Jesús, dejarse conducir por su mano suave y amorosa, responder afirmativamente a sus propuestas, seguir sus huellas de Maestro bueno y fiel, estar feliz de seguirlo, sentirse en la plenitud al estar con Él, hacerse tan amigo suyo y sentirse tan orgulloso de Él que se quiera hacerlo conocer por todos los demás que tienen que ver conmigo... Dar su vida por Él y estar dispuestos, como Él lo hizo y como Él lo pide, a dar la vida por todos los hermanos...

De esa manera, la Vida no está en el vacío. Existe un Dios por el cual vale la pena todo lo bueno que hagamos. Existe una salvación que es vida eterna que me regala ese Dios Creador, que es Uno, Bueno, Verdadero y Bello. Existe un Dios que me quiere en comunidad, que me creó personalmente, pero que me hace más hombre en cuanto más me siento en relación de amor con los demás... Es ese Dios, Ser superior, el que le da sentido a toda mi existencia y a mi vida eterna...

lunes, 26 de mayo de 2014

¡Cuidado con los que sí "creen"!

La peor persecución de todas no es la de los que no creen, sino la de los que creen. Uno puede esperar que, naturalmente, los que sirven a otros dioses -el poder, el tener, el placer-, sin creer en el único y verdadero Dios, se incomoden y persigan a quienes pretendan desviarlos de su idolatría. Igualmente si creen en otro dios distinto, al cual consideran que está por encima de Yahvé. Es lógico que, incluso hasta por celo en favor de su dios, traten de eliminar a quien pretenda sustituir a su ídolo. Más aún si es alguien que quiera convencer a los seguidores de su dios, siendo él algún líder de la religión de su divinidad... Esta evangelización es exigente, por cuanto supone el desmontar una idea original, quizás ancestral y muy arraigada en un grupo numeroso de seguidores, y presentar al Dios verdadero y único, al Salvador del mundo, al Redentor de los hombres, a quien en una historia tan real como increíble, por lo tanto, tan difícil de discernir, por lo que significa de rebajamiento de la divinidad, de humillación, y hasta de muerte, es el Dios que se caracteriza más por su amor y su misericordia con todos -sin excluir a nadie- que por su poder o su magnificencia... Y que Ese es el verdadero. Que todo cualquier ídolo, divinidad, ser superior, es una invención humana para satisfacer la añoranza de trascendencia del hombre... Fue lo que intentó hacer San Pablo cuando visitó el Areópago y contempló las estatuas a todas las divinidades griegas. Al llegar a la del "Dios desconocido", se agarró de ello para iniciar su discurso de conversión de los helenistas: "De ese Dios desconocido es que yo he venido a hablarles"...

La conversión de quien cree en otros dioses, en sus ídolos surgidos de manos humanas es, relativamente, sencilla, aun cuando se trata de desmontar para luego reconstruir. El proceso se hace engorroso en cuanto significa el reordenamiento de los pensamientos y los afectos espirituales, es decir, el reconocimiento de que lo que se tenía como algo tan apreciable por tanto tiempo no servía para nada y lo que sirve verdaderamente es lo nuevo que está siendo presentado. Y se trata entonces de sustituir quizá lo más valioso, la razón de la fe, la razón de la esperanza, la razón del amor, que movía todos los hilos de la propia existencia... Es un proceso duro que, de culminar bien, tendrá una compensación absoluta, pues se dará sólo en la convicción de que lo que se está ganando es muchísimo más valioso que lo que se tenía previamente... Es el proceso que siguieron los conversos del paganismo, de donde surgieron tremendos discípulos de Cristo...

Pero, Jesús pone sobreaviso acerca de la persecución que sufrirán los apóstoles de parte de los que ya creen: "Los excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que les dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, se acuerden de que yo se lo había dicho". El colmo de la cerrazón se sufre cuando se cree en el mismo Dios que se está anunciando, pero que en el anuncio pone al descubierto la propia mediocridad, los propios intereses, la propia indiferencia... Se está muy cómodo en la manera de creer y nadie debe venir a incomodar. Preferible cumplir con lo mínimo, sin mayores exigencias, para ser simplemente "bueno"... O peor aún, que nadie venga a dejar en evidencia lo que se hace con la fe, pues en vez de vivirla y dejar que la vida quede marcada por ella, se utiliza a placer para "esconder" las propias maldades, las propias debilidades, para aprovecharse de ella y alcanzar los más oscuros intereses propios...

Será la persecución más fuerte y más dolorosa. Los mismos que creen como uno serán los que más duramente se opongan, cuando vean en peligro sus intereses. La religión la han utilizado como un elemento más de sus caudales de riqueza o de poder o de placer, y si alguien viene a echar en cara las verdaderas intenciones, mejor quitarlo de en medio. El verdadero evangelizador se hace incómodo, no gusta, porque deja en evidencia, destapa la podredumbre, desnuda el verdadero espíritu... Los profetas se convierten, así, en seres detestables por el poder, el placer, el tener, en cuanto sacan a la luz todas las bajezas... En nuestros días lo hemos visto con el Papa Francisco. Ha movido bien las bases de las más profundas motivaciones, llamando a "los más comprometidos" en la labor pastoral de la Iglesia a la purificación a fondo de todas las intenciones y acciones. Ha llamado al verdadero servicio a los más humildes y sencillos, a no casarse con el poder, a no servir a intereses personales, a no sucumbir a las riquezas... Y eso ha sido, para algunos, muy incómodo. Se trata de ser transparente delante de Dios y de los hombres, de servir realmente con austeridad y amor, de amar con transparencia y sin dobleces, de oler a oveja y huir del boato y de los reconocimientos... Y él está dando, el primero, el ejemplo...

Ya le vendrán persecuciones. Y como a él, a todo el que quiera servir con el mejor espíritu, con infancia espiritual, con inocencia, al único Dios vivo y verdadero, que envía al mundo a llevar su amor y su salvación. Que quiere que lo veamos a Él en cada hermano pobre, sencillo, humilde y necesitado.Que nos llama a entender que el Evangelio es cosa de servicio, de amor, de donación de sí. No de servirse, de aprovecharse, de acumular honores o riquezas o poder... Mucho tenemos que aprender y mucho tenemos que hacer. Y al hacerlo, estemos preparados para las persecuciones de los que creen como nosotros, pues verán en riesgo sus prebendas...

domingo, 25 de mayo de 2014

¡Claro que la felicidad es posible aquí y ahora!

La esperanza es una virtud teologal que apunta a la expectativa que tenemos los hombres de ganar la eternidad feliz junto al Padre. Está claro que es una sola, pues se trata de alcanzar la plenitud de vida en el amor de Dios. Pero es también cierto que es una virtud que corre el riesgo de ser entendida como una invitación a posponer toda actitud en favor de mejorar algo del mundo en el hoy y aquí de cada cristiano. "Como la plenitud vendrá sólo en la eternidad, ¿para qué preocuparse ahora de hacer algo bueno?" Es la actitud fuertemente criticada en los cristianos de siglos pasados -y aún en algunos de hoy- que apuntaban sólo a elevar la mirada a los cielos, evitando ver la realidad que los envolvía a todos. Por eso se llegó a afirmar que "la religión es el opio del pueblo", no sin algo de razón, pues estos cristianos "pasivistas" huían de su compromiso actual en aras de la espera del futuro eterno...

Ya hemos dicho en repetidas oportunidades que esa esperanza final de la eternidad feliz junto al Padre sólo se cumplirá si se cumplen y se hacen efectivas las diversas "esperanzas" menores que se plantean en el día a día de cada uno. Es la invitación que le hace San Pedro a los cristianos de su época: "Glorifiquen en sus corazones a Cristo Señor y estén siempre prontos para dar razón de su esperanza a todo el que se la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia". Dar razón de la esperanza es vivirla en cada instante, haciendo real que ella se sustenta en las diversas "esperanzas" que podemos ir satisfaciendo cotidianamente. Ellas se refieren a lo que se vive y se alcanza, a lo que se procura para sí y para los demás, y que apunta a una mejor viva espiritual, social y material en los hermanos. Es un verdadero compromiso que intensifica la responsabilidad social de los cristianos...

Y es que los cristianos tenemos que demostrar que no vivimos de una ilusión etérea, que se desvanece y se escapa como el agua entre las manos. No somos utópicos, en el sentido de que esa realidad que esperamos sea como aquella realidad absolutamente idealista que está sólo en un nivel inexistente, de la cual este mundo nuestro es una mala copia, oscura y difuminada. Sería ese "topos uranós" del cual hablaba Platón, cuyo reflejo mal hecho es nuestro mundo actual, que es como una cueva de sombras... Debemos negarnos a eso. Dios no puede crear en nosotros, no puede sellar nuestro espíritu con unas ansias que jamás satisfaremos, sino sólo cuando ya estemos en su presencia. Sería un dios "sádico", bajo cuyo designio nuestra vida cotidiana será un siempre y continuo desear, sabiendo que nunca vamos a satisfacer, sino sólo cuando ya estemos muertos... No cuadra esto con la realidad del Dios amor, que todo lo ha diseñado para la felicidad del hombre, aun su diario vivir aquí y ahora...

Tenemos suficientes razones para poder vivir la felicidad de las esperanzas cumplidas. Aun cuando la plenitud la alcanzaremos en la eternidad, es cierto que ya hemos vivido la encarnación del Verbo que se ha hecho hombre por nosotros, demostrándonos el amor infinito de Dios por cada uno, con lo cual nos da el mejor fundamento para vivir la alegría del amor de Dios demostrado y vivido totalmente. Ya hemos vivido el gesto extremo de la entrega por amor -"Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos"- por el cual hemos sido salvados, hemos sido perdonados, hemos vencido sin haber luchado... Ya hemos recibido el don infinito de la Pascua, que no es sólo la Resurrección victoriosa de Jesús, sino el envío de su Espíritu para ser nuestro compañero de camino: "Yo le pediré al Padre que les dé otro defensor, que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes". Ya hemos sido bendecidos con el regalo tierno y entrañable de nuestra Madre María, que nos fue donada desde la Cruz del Redentor como herencia amorosa: "Ahí tienes a tu Madre". Ya hemos sido hecho hermanos de todos los hombres, a los cuales se nos envía para hacerlos discípulos de Cristo: "Si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo que yo he hecho con ustedes"... "Pónganse, pues, en camino, hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado"... Todo esto lo estamos viviendo ya, por tanto, son esperanzas que ya se han cumplido. No tenemos nada más que esperar al respecto. Sólo fata que se dé la plenitud de la felicidad, pues ya estamos viviendo parte de ella en la vivencia del amor actual de Dios por nosotros...

Esto lo tenemos que hacer real en nuestro mundo hoy. Debemos hacer partícipes a los hermanos de nuestra felicidad por el amor de Dios. Debemos hacer que ese mundo ideal del futuro empiece a hacerse realidad actualmente. Que la justicia, la paz, la fraternidad que será el sello de la vida eterna, comience a hacerse realidad en todo lo que hacemos en nuestro obrar cotidiano. No es una realidad que deberemos sólo esperar, sino hacerla ya presente, aunque sea como preludio de la plenitud que viene. Ya es nuestra responsabilidad. Es el compromiso que debemos cumplir los cristianos en nuestro mundo y que no podemos de ninguna manera dejar a un lado...

sábado, 24 de mayo de 2014

Tú eres instrumento del Espíritu Santo

Hay muchas curiosidades en las Sagradas Escrituras. Sorprende como Dios hace mover los hilos de la historia de la salvación, que es su historia, que es la historia de la humanidad en la cual Él se hace presente. A veces no se trata sólo de curiosidades, sino de portentos maravillosos que Dios realiza para demostrar su poder infinito y su amor por su pueblo elegido. La curiosidad más grande, y por lo tanto, el portento más grande de todos hasta la Redención, que es la Nueva Creación, es la primera creación. Evidentemente no hay quien nos haga llegar los relatos literales de lo que allí sucedió, pues no hubo "testigos presenciales". Sólo hay revelación de aquello de parte del mismo Dios, que lo hizo conocer de algunos -se dice que principalmente de parte de Moisés- quienes lo pusieron por escrito, dándoles su propio estilo, haciendo su propio discernimiento, enfocándolo con su propia teología... Los escritores no son simples "grabadoras" que repiten sin razonamiento lo que les ha sido revelado, sino que, también por inspiración divina, hacen su interpretación para dejar más a la mano los acontecimientos y los mensajes que Dios quiere hacer llegar a todos...

En todo caso, siendo sucesos en los que está envuelto Dios, su amor y su poder, su preferencia por Israel y por el hombre en general, no deja de ser extraño que haya momentos que llamen poderosamente la atención y nos hagan discernir y concluir sólidamente sobre ese amor divino y esa solicitud en favor de todos... La Iglesia naciente, la de los primeros y segundos apóstoles, en los cuales brilla su completa disponibilidad para el anuncio de la Persona de Jesús, de su mensaje de amor por todos, de su Redención que da la salvación y abre las puertas del cielo de nuevo a todos los hombres, está plagada de estas maravillas. El Espíritu Santo, recibido el día de Pentecostés, desde cuyo momento la Iglesia tenía ya su alma, su impulso vital, el alma que la hacía tener vida propia, se erigió en verdadero protagonista de la evanglización que debían realizar los apóstoles. Él llevaba a los apóstoles y discípulos por los caminos que debían seguir para dar a conocer mejor a Jesús y su obra salvadora. Es Él quien dirige sus pasos, quien da sus fuerzas, quien coloca las palabras en sus labios... Pero, curiosamente es Él también quien impide algún anuncio, quien obstaculiza alguna misión, quien cierra las puertas de algunos pueblos... Así nos lo dice el libro de los Hechos de los Apóstoles: "Como el Espíritu Santo les impidió anunciar la palabra en la provincia de Asia, atravesaron Frigia y GalaciaAl llegar a la frontera de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió..." Es muy interesante que los apóstoles ni siquiera se cuestionan el porqué de este impedimento. Simplemente se da. sin más. Como el Espíritu Santo es el dueño de la misión, no se pone en cuestionamiento lo que Él decide, lo que impulsa o lo que impide... Es lo que Él dice y lo que permite lo importante, no lo que el evangelizador piensa. Es Él quien mueve los hilos de la obra evangelizadora de la Iglesia...

Esa disponibilidad hace mucha falta. Los hombres de hoy somos expertos comunicadores. Jamás ha tenido el hombre tantos medios a su alcance para hacer llegar el mensaje de Jesús a todos. Pero, paradójicamente, jamás ha sido tan poco conocido ese mismo mensaje. Es realmente sorprendente la ignorancia religiosa de los nuestros. Incluso de personas que están muy cerca de la Iglesia que desconocen cuestiones que para cualquier conocedor de la revelación sería natural conocer. Algunos hasta se sorprenden cuando escuchan por primera vez algunas cuestiones que uno daría por supuesto que ya se conocen abundantemente... A pesar de ser expertos comunicadores, no estamos a la disposición del Espíritu. Confiar en los propios medios no es suficiente. Hay que tener fe en la obra del Espíritu Santo y dejarlo a Él ser el protagonista, no queriendo "enmendarle la plana"...

Otra curiosidad que llama mucho la atención es que en el relato de los Hechos de los Apóstoles, dramáticamente cambia la persona que lo va relatando. Hasta la llegada a Troas, desde que se inicia el libro, el relato es hecho en tercera persona. Y desde el momento en que Pablo tiene el sueño en el que se le aparece el macedonio pidiéndole que visiten a su pueblo, súbitamente cambia a primera persona... "Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio..." El autor ya no relata las cosas como testigo, sino como actor. Desde este momento, el autor -según la tradición, Lucas- es además actor... Interesante giro, pues nos pone en la certeza de que las cosas relatadas no son simplemente una crónica objetiva, sino una referencia de alguien que las realizaba por sí mismo, junto a los primeros personajes... El que está escribiendo ya no es un simple cronista, sino que es protagonista de la obra. Se mete de lleno en la obra de la evangelización que realizaban los discípulos. Es un evangelizador más... Podría esto hacernos pensar que llega un momento en el que ya los cristianos no podemos seguir siendo simples testigos de lo que Dios hace o quiere hacer en el mundo, sino que debemos ponernos a la disposición plena del Espíritu Santo, el único y verdadero protagonista, para que Él pueda hacer su obra a través de nosotros, que seríamos instrumentos dóciles en sus manos...

La idea es que, siendo el Espíritu Santo el actor principal de toda la obra evangelizadora, todos los cristianos nos pongamos a su plena disponibilidad para no ser "terceras personas" en la obra de salvación del mundo, sino que, junto a Él,  nos metamos de lleno, para lograr que Jesús sea más conocido, más amado, más seguido y más anunciado a todos... No importan las consecuencias. Lo único que importa es que Jesús sea conocido y amado: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la suya. Y todo eso lo harán con ustedes a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió". Hay que buscar por todos los medios que sea anunciado el mensaje de salvación. No importa si son antiguos o modernos. Lo que importa es que sean los que el Espíritu decida para llevar el mensaje del amor a todos los hombres, y estar a su disposición para que así sea...

viernes, 23 de mayo de 2014

Jesús es mi mejor amigo...

La amistad, según Santo Tomás de Aquino, "consiste en un cierto compartir bienes". Se refiere a todo tipo de bien, tanto material como espiritual. No basa su argumentación sólo en lo que el común de la gente consideraría como "bien", que sería algo material, tangible, corporal... Aun cuando Tomás de Aquino basa su consideración en Aristóteles, el gran filósofo "materialista" -en contraposición a Platón, el filósofo "idealista", de quien sería el discípulo cristiano y "bautizador", San Agustín-, es claro que la misma concepción filosófica de "bien" no se reduce a lo material...

San Juan de la Cruz, en la meditación sobre la frase de Cristo: "Ustedes son mis amigos", afirma: "La amistad, a los amigos o los encuentra iguales, o los hace iguales", con lo cual estaría afirmando que la amistad llegaría a ser una suerte de identificación esencial de los hombres, por cuanto los haría ya no sólo compartir bienes en general, sino hasta el propio ser... El amigo imprimiría la huella del propio ser en el otro, y se dejaría imprimir la huella del ser del otro en sí... La amistad no es sólo mirarse a sí mismo y ver la conveniencia de una relación con el otro, sino que vería en el otro la conveniencia de una relación conmigo. Es decir, buscaría la manera mejor de beneficiar al otro, por encima de las propias conveniencias. Es la búsqueda de dar y hacer al amigo el mejor bien posible, aunque sea desde la propia pobreza...

Ambas concepciones de la amistad combinadas, nos hacen comprender la magnitud de la amistad de Jesús con los hombres: "Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer". Dar la vida por sus amigos es la expresión más alta de la amistad, pues es la expresión más alta del amor. El amor es la base fundamental de la amistad, sin la cual no tendría absolutamente ningún sentido. Una amistad sin amor es simplemente una búsqueda de beneficios egoístas, una aprovechamiento del otro, una pretensión de dominio y de esclavización... ¡Cuántas falsas amistades se cultivan sólo por el hecho de dejarse llevar por el egoísmo! ¡Cuántas no se convierten en simples camaraderías o incluso en complicidades! Muchos han tergiversado la amistad y han llegado a convencerse de que ella consiste simplemente en contar con quien apruebe todo lo suyo sin nunca censurar o corregir. Han degradado la amistad hasta el punto de considerar amigo a quien nunca tiene nada malo que decirle, o corregirle, o sugerirle diverso a lo suyo, sino sólo a quien aprueba todas sus cosas, aun siendo malas. Si alguien llegara a corregir o a censurar algo, dejaría inmediatamente de ser amigo.

En Jesús el camino es el opuesto. La amistad para Jesús es dar el mejor bien al otro. Ya no se trata sólo, como lo comprobó en su vida, de dar la salud, la comida, la capacidad de hablar o de oír o de caminar, que serían bienes, digamos, "materiales". Se trata de procurar para el amigo lo más alto, lo más elevado, lo más espiritual, que es la Vida eterna, el perdón, la salvación. Y para ello, Jesús necesitó entregar su propia Vida. La amistad la entendió Jesús como no guardarse nada de lo que beneficiaría al otro. Lo dio todo, sin guardarse ni esperar nada a cambio. La amistad le exigía donarse totalmente, y lo hizo sin titubeos...

Si la amistad es "un cierto compartir bienes", Jesús la entendió a la perfección, pues compartió con el hombre su mayor bien, que era su propia vida. No sólo entregó su palabra, su poder, su gloria, sino que radicalizó la entrega de sus bienes al extremo de dar su propia vida. Pero, la amistad, estrictamente hablando, no sugiere una relación sólo de ida. Aunque la motivación del verdadero amigo no es la del bien que pueda recibir a cambio, el verdadero amigo siente el impulso de compartir en la misma medida como respuesta al bien que recibe. Eso sugiere la palabra compartir. Un movimiento de ida y vuelta... Por eso, aun cuando Jesús en su amistad no exige la respuesta de la entrega, sus amigos sí deberían sentir las ganas de darse también para hacer de la amistad un provecho para todos, no sólo para una parte. Es lo que sugiere cuando afirma: "Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando"... Ya ha dicho Jesús, en repetidas oportunidades la entrega que debe haber en sus discípulos...

Y si la amistad es aquello que o los encuentra iguales o los hace iguales, es lógico que el gesto de entrega que ha realizado Jesús sea asumido por sus amigos y, haciéndose iguales a Él, realicen el mismo movimiento. Jesús, con su sacrificio, se hace amigo de toda la humanidad, pues es toda ella la que recibe los beneficios de su entrega. No se entrega Jesús para un grupo específico o reducido. Se entrega para todos. Así mismo, los amigos de Jesús deben hacer su entrega en beneficio de todos, si quieren ser verdaderos amigos de Jesús. Deben "hacerse iguales" a Cristo, que se entregó por todos... Nuestra fe cristiana es, fundamentalmente, una cuestión de amistad. Con Dios, con Jesús, con todos los hombres. Y nos llama a compartir el mayor bien nuestro, nuestra vida, con los hermanos. Y nos invita a hacernos iguales a nuestro mejor amigo, Jesús, entregándonos a los hermanos para llevarlos a la salvación...

jueves, 22 de mayo de 2014

"Ama, y haz lo que quieras"

Cumplir la ley no asegura que se ama. Simplemente se asegura que se hacen las cosas bien. "Portarse bien" no es sinónimo de "ser bueno", pues en ocasiones los hombres disfrazamos nuestra verdadera manera de ser mostrando una faceta que no es real. Lamentablemente, de esto hay miles de ejemplos en la historia. A esto se añade que la ley muchas veces no es justa, sino que sirve para justificar la maldad de muchos. Se ha dicho que Hitler produjo toda su tragedia escudado en la ley. Un médico que produzca un aborto, amparado en una ley que lo permita, no hace algo bueno. Está matando. Por encima de la ley humana está la ley de Dios. Por encima de una ley que permita el aborto y no lo criminalice, está el mandamiento de "no matarás"... Son muchas las rutas por las cuales el cumplimiento de la ley puede ser fácilmente una triquiñuela para "justificarse", siendo malo...

La lucha mas férrea que sostuvo Jesús en vida fue la que lo enfrentó a los fariseos. Éstos, conocedores y defensores de la ley y los pretendidos "rescatadores" de la pureza de la fe hebrea, centraron su reforma más en lo exterior que en lo interior. El buen judío era el que cumplía a pie juntillas la ley de Moisés, el gran Patriarca de Israel. Inclusive lo humano quedaba sometido a la ley. Su ofuscación en este aspecto era de tal magnitud que ni siquiera se podía curar en sábado, porque estaba prohibido trabajar en el séptimo día... A Jesús lo encaran porque se atreve a salvar a algunos enfermos el día sábado. La palabra de Jesús era muy clara: "No ha sido hecho el hombre para el sábado, sino que el sábado ha sido hecho para el hombre". La ley, de esta manera, es declarada sólo en función de promover al hombre, su vida, el respeto, la armonía en la convivencia, la paz, la justicia... Todo, en función del bienestar del hombre. Cuando la ley sobrepasa esto, y pierde su espíritu promotor de humanidad, se deslegitima absolutamente. No puede una ley servir para ir contra la vida, contra la libertad del hombre, contra la convivencia pacífica, contra lo que es realmente justo. El espíritu de la ley es el de la promoción de humanidad y no de sometimiento de ésta a las formas de la ley indiscriminadamente...

Los apóstoles fueron los primeros servidores de ese espíritu enriquecedor de la ley. A los gentiles convertidos al cristianismo les pidideron lo básico que se le exigía a cualquier converso. Jamás pretendieron aplicarles a ellos algo que ni siquiera estaba en sus cánones de conducta y que pertenecía exclusivamente a la ley hebrea. Guardar el sábado, la circuncisión, la prohibición de ciertos alimentos considerados impuros por los judíos, todo eso, pasaba a un segundo plano. No podía cargarse a los gentiles cargas que ellos mismos no habían sido capaces de soportar. Eran cosas que se referían más a lo exterior y que no tocaban la esencia de la fe en Jesús. Las palabras de Pedro con inmensamente iluminadoras al respecto: "Dios, que penetra los corazones, mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué provocan a Dios ahora, imponiendo a esos discípulos una carga que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús". No hay más imposición posible, sino sólo la de someterse al amor de Cristo, a su Gracia, al deseo de ser salvados por su sacrificio redentor...

La ley, de esta manera no trae el amor. Pero aun cuando no es causa de salvación, sí es causa de permanencia en el amor. Quien cumple la ley no necesariamente está integrado en el amor de Dios. Puede ser como los fariseos para quienes simplemente lo importante era guardar las formas. Pero para quien ama de verdad, para quien se ha rendido ante la salvación de Jesús, el amor se convierte en el acicate para hacer las cosas bien. San Agustín decía: "Ama y haz lo que quieras", sugiriendo que el amor que vive el salvado lo hará siempre hacer las cosas bien, y siempre estará en la línea del cumplimiento de la voluntad amorosa de Dios, manifestada claramente en los mandamientos. Por eso Jesús afirma: "Como el Padre me ha amado, así los he amado yo a ustedes; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". La ley no es raíz del amor, pero sí puede servirle de alimento y de sustento. Quien cumple los mandamientos, permanece en el amor. Demuestra que para él el amor es algo importante y que no quiere alejarse de su vivencia, y por eso actúa según lo que lo impulsa ese mismo amor. Si no amara, no cumpliría la ley o simplemente la cumpliría para dar una impresión falsa...

El cristiano no es el hombre de la ley. Es el hombre del amor. La ley no es más que consecuencia del amor que vive. Al ser la ley de Dios, es carga suave que implica simplemente dejarse llevar por ese mismo amor que se vive y que impulsa a lo bueno. La palabra de Dios no exige heroísmos, sino simplemente acuerdo con su voluntad. Al vivir el amor, y ser la voluntad de Dios voluntad amorosa, no se plantea ninguna dificultad en cumplir los mandamientos, pues son indicados por el amor. Quien ama, cumple los mandamientos, no porque se lo impongan, sino porque ese es el movimiento natural del amor...

miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Te salvas porque Dios te ama o por lo bueno que eres?

Nosotros podemos asumir la vivencia de nuestra fe desde dos puntos muy dispares. El primero de ellos, desde una vivencia del amor a Dios que nos haga estar siempre cercanos a Él, buscándolo como nuestra única compensación plena, evitando absolutamente todo lo que pueda hacernos alejar de esa experiencia de amor y de intimidad con Él. Y el segundo, el del temor al castigo por no estar con Él, cumpliendo cabalmente las normas, tratando de no salirnos nunca del carril, evitando también alejarnos de Él, pero no por lo que implicaría de pérdida del amor sino por el miedo a sufrir el castigo del infierno por toda la eternidad. El primero se basa en el amor, el segundo, en el temor... Es cierto que uno de los frutos que produce el Espíritu Santo en quien habita es el del Temor de Dios. Pero esto está muy lejos de promover el tenerle miedo a Dios. Este fruto se refiere directamente al temor de ofender a Dios en atención al amor que se le tiene. Lo amo tanto, que jamás haría nada que fuera en contra de Él. El Temor de Dios se mueve en el amor, y procura jamás apartarse de esta experiencia. El temor a Dios se mueve en el miedo y busca no contristarlo nunca para que no nos mande al infierno. Si pudiéramos caricaturizarlo, en el primer punto Dios es una abuelita y en el segundo Dios es un ogro maligno...

Creo que el punto en el que se debe hacer énfasis para colocarse en el punto exacto es el de percibir de dónde nos está viviendo la Vida. Jesús mismo se pone como la fuente de esa Vida: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia". Y más aún, no se trata sólo de recibir la Vida de Él, sino también de recibir la frescura con la que Él la llena: "El agua que yo te daré producirá en ti un manantial que te hará saltar hasta la vida eterna". Mantenerse en la Vida y en la frescura que da Jesús requiere de mantenerse unidos en Jesús: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada". Al fin y al cabo, la Vida que Jesús nos da es pura donación de su amor, no logro nuestro. Es necesario estar muy unidos a Él en el amor para poder recibirla y mantenerla...

No es lo que hagamos los hombres lo que logra que Jesús nos dé la Vida. Es lo que Él hace. La Vida de Dios en nosotros, que es la Gracia santificante, es, como su nombre mismo lo indica, una gracia de Dios. Es un regalo de amor que Él quiere hacer llegar a nosotros. Lo único que nos correspondería hacer a nosotros es abrirle campo, dejarle el espacio que le corresponde, abrir el corazón y la mente para que sean llenados por Dios, vivir en el amor que nos hace iguales a Dios y haría que nuestra vida sea una extensión de la suya... No se trata simplemente de cumplir algunas normas, sin estar comprometidos con el corazón. Pensar así sería colocar el mérito en lo que nosotros hacemos y no en lo que hace Dios como dádiva amorosa. No se salva el hombre por ir a Misa todos los domingos, o por no robar, o por no matar... Se salva por el amor que lo impulsó a encontrarse con Dios en la Eucaristía cada domingo y cada día en los que se sintió con el impulso de amar a Dios y fue a misa. Se salva por el amor al prójimo, reflejo del amor a Dios, que lo llevó a respetar los bienes de los demás, incluyendo la vida de cada uno...

No es el cumplimiento de la ley lo que logra la salvación. Si así fuera, no se necesitaría ni siquiera del sacrificio de Jesús en la Cruz, pues bastaría con que el hombre se porte bien para lograrlo. El empeño de los legalistas es el de desplazar al amor por la ley. La ley existe para el justo ordenamiento de la vida de los hombres, en lo externo. Pero, básicamente, puede no implicar al hombre, sino dejar las cosas en lo exterior sin implicación del corazón. Hay quienes se preguntan siempre el por qué de las leyes, y éstas se convierten siempre en una carga. Para el que ama, la ley llega a no ser necesaria, pues irá siempre en la línea de evitar hacer daño a quien ama, a Dios y a los hermanos. Esa es la mejor ley. Por eso dijo San Pablo: "La perfección de la ley es el amor". Otros lo han traducido: "Amar es cumplir la ley entera".

Pudiéramos afirmar que basar la vivencia de la fe en el cumplimiento de algunas normas denota una inmadurez en la base de la vida. No se trata de que sea malo, sino de que se hace necesario avanzar más. Quien ama, cumple las leyes, pero no como requisito para tener la vida, sino como consecuencia del ya tenerla, por lo cual se convierte en su estilo concreto. Las obras de quien ama y tiene fe son siempre obras buenas y no necesitan de la supervisión de la ley... "Muéstrame tu fe sin obras, que yo, por mis obras, te mostraré mi fe", dice Santiago. Es la plenitud de la vida en el Espíritu, que impulsa siempre a hacer el bien, en atención al amor que se vive. De lo contrario, se buscará la perfección fuera de sí, y no dentro, en la vivencia del amor. Fue lo que quisieron hacer algunos discípulos con los conversos del paganismo: "Unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse". La salvación basada en una circuncisión... El absurdo de quien exige desde la inmadurez de su vivencia de fe, y no desde el amor que vino a derramar Jesús como Vida de todos los hombres...

martes, 20 de mayo de 2014

Tú eres el responsable de tu fe

La dinámica de la fe es sorprendente. San Juan Pablo II, en su Encíclica Redemptoris Missio, dijo una frase que ha dejado pensando a muchos: "La fe se fortalece dándola". Quiere decir que dar testimonio de la fe va en enriquecimiento del mismo que predica. De ninguna manera es aplicable en este caso la ley del mercado, en la que si gastas más, menos tienes. La fe, mientras más la das, más crece en ti... Pero, lógicamente, para darla es necesario tenerla. Nadie da de lo que no tiene. Por lo tanto, existe un paso previo que es necesario cumplimentar para poder luego dar testimonio... En la Teología de los Sacramentos se afirma que la fe es un don de Dios que viene al hombre por el Bautismo. Al ser bautizados vienen al hombre las tres divinas personas con toda su riqueza. Y en esa riqueza está incluida la fe. Es lo que los teólogos llaman la fe infusa, que regala Dios a sus hijos.

Pero además de esa fe infusa, debemos afirmar que la fe es igualmente producida. Dios se vale no sólo de su infinito don de la Gracia para darla al hombre, sino que de alguna manera utiliza las mediaciones humanas para producirla en el hombre. San Pablo afirma: "La fe entra por el oído", lo que sugiere que previamente hay quien predique... Si en el receptor hay una buena actitud para aceptar el mensaje, la fe tendrá un buen terreno donde fructificar. Por el contrario si el recipiente es refractario, de ninguna manera podrá ser recibida. Es decir, que la fe tiene mucho que ver con la respuesta libre del hombre. Si éste se deja conquistar, habrá una respuesta positiva. De lo contrario, la fe no dará frutos en quien la rechaza...No se trata, por lo tanto, de quedarnos con la impresión de que la fe, siendo infusa por Dios en el Bautismo, es una violación de esa libertad con la cual Dios mismo enriqueció al hombre. Sería una incongruencia con su acción creadora. Y en eso, Dios es inmensamente respetuoso con lo que creó. Mal podría, después de haber creado libre al hombre, obligarlo a aceptarlo, violentando una condición esencial de su creación...

En esa fe llamémosla "consciente" del hombre, juega un papel importantísimo la cantidad de medios que Dios mismo pone en las manos de los hombres. El primero de todos es su misma revelación. Dios se da a conocer y se propone como la vida y el amor de los hombres. Aceptarlo es un acto de fe, pues sólo se tiene la Palabra de Dios. En ocasiones, Él sustenta su palabra en acciones maravillosas que convencen. Pero no siempre. Una fe sustentada en la convicción por los portentos que hace Dios es, por decir lo menos, una fe inmadura. La fe madura sería la de quien, como Abraham, simplemente escucha y obedece a Dios, sin más indicación que su mandato. Por eso Abraham es nuestro Padre en la fe. Creyó por encima de todo, contra toda esperanza, sin absolutamente ninguna seguridad. Pero no quiere decir esto que la fe basada en los hechos que Dios realiza sea mala, o negativa. Recordemos que la misma Virgen María, queriendo estar convencida de lo que le proponía el Arcángel, recibió como prueba el milagro que Dios había realizado en su prima Isabel, "porque para Dios nada hay imposible".

En este proceso de convencimiento, un rol esencial es el afectivo. La fe tiene como presentadora "oficial" al amor. El corazón del hombre es la sede más importante que debe ser conquistada por la verdad de la fe. Más que demostraciones socráticas o argumentaciones filosóficas, el hombre necesita argumentos afectivos para iniciar su andanza hacia Dios. Es la figura del Dios amor el que lo conquista en primer lugar. Cuando el hombre se sienta amado, cuando sabe que ese Dios lo ha hecho todo en favor suyo porque lo ama intensamente, cuando sabe que hasta el mismo Jesús es el Verbo de Dios que se hace hombre por amor infinito, y que incluso llega a dejarse crucificar hasta morir por amor, el corazón sucumbe. Y ya están abiertas las otras puertas, la de la inteligencia y la de la acción, para dar sustento más sólido al amor. El proceso debe ser completado para no quedarse simplemente en un "sentimentalismo" infértil e infantil. La fe no es sólo latidos del corazón, sino que es también ideas de la inteligencia, y acciones de los brazos...

Es impresionante cómo este proceso se cumplió perfectamente en los apóstoles. San Pablo, que reconoció que Jesús "me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí", pasó por su tiempo de aprendizaje con Ananías y se llegó a convencer de que la evangelización era su tarea. Tenía que dar testimonio de todo lo que había recibido: "¡Ay de mí si no evangelizo!", llegó a afirmar, entendiendo que su fe tenía el componente del testimonio como esencial... No tiene fe, según San Pablo, quien no evangeliza. No basta con afirmar interiormente la creencia en Dios o en su amor, si ésta no apunta a decírselo a todo el mundo. Por eso lo vemos en las situaciones límite que nos presentan los Hechos de los Apóstoles. Apaleado y dejado por muerto, es levantado por los discípulos, curado, pero para emprender de nuevo la acción evangelizadora. No lo amilana la persecución o el sufrimiento. Todo lo contrario, a medida que se suman sufrimientos, pareciera que la convicción se hace más firme. "La fe se fortalece dándola", al punto de que no hay nada que detenga la pretensión hermosísima de dar a conocer a Jesús por encima de todas las dificultades.

Es la alegría del cristiano. La fe es el tesoro que nos da Dios, pero no para que lo guardemos celosamente en nuestro interior exclusivamente, sino para que las perlas que la conforman sean repartidas con los hermanos y así, ellas mismas se multipliquen en nosotros. A más perlas que demos, más perlas que tendremos... No importan sombras. No importa el futuro oscuro que se avecine. No importa la incertidumbre en la que se encuentra el evangelizador. Lo que importa es que Jesús sea conocido y amado. Lo que importa es que ese amor sea vivido por la mayor cantidad posible. Y eso se logrará sólo viviendo intensamente la fe donada por Dios, alimentada por los hombres, iniciada en la vivencia del amor inmenso de Dios por cada uno, sustentada en contenidos sólidos revelados por el mismo Dios y solidificada al compartirla con los hermanos...

lunes, 19 de mayo de 2014

"Me encantan los hombres porque son soberbios"

En una escena de un película sobre San Martín de Porras, el humildísimo santo peruano, que tenía muy frecuentes locuciones divinas, está éste barriendo -como era su costumbre- en la capilla del monasterio y desde una tea que se pone más reluciente que lo normal, empieza a oírse una voz que le dice: "Martín, Martincito... Tú eres el más humilde de mis hijos. Nadie hay en el mundo más humilde que tú. Te has esforzado por ser humilde y lo has logrado Y eso me tiene muy feliz..." Supuestamente era la voz de Dios que ensalzaba la humildad del santo. Pero Martín, ignorante de las ciencias humanas pero inmensamente sabio en las cosas del espíritu, supo discernir perfectamente de dónde venía esa voz. Le respondió: "¡Apártate de mí, Satanás! Lo que quieres es perderme..." Martín comprendió claramente que la intención de ese reconocimiento no era ni mucho menos una alabanza sincera e inocente a la humildad, sino la búsqueda de procurar la vanagloria en él por la cual se perdería absolutamente todo el valor de su humildad delante de Dios. Se parece mucho a otra escena de la película "El abogado del diablo", en la que después de haber sido vencido el demonio, arremete acariciando el ego de su vencedor, ensalzando su inteligencia y augurándole un futuro exitosísimo por sus inmensas cualidades... Ante eso, el protagonista sucumbe. Y en la escena final de la película aparece el diablo diciendo: "Me encantan los hombres porque son soberbios"...

La soberbia es la raíz de todos los males del hombre. Por ella, nuestros padres Adán y Eva fueron capaces de dar el paso que los alejaba de Dios, escuchando las seducciones del demonio, que los incitaba a no dejarse manipular por Yahvé, pues la prohibición de comer del fruto del árbol del bien y del mal, vendría de la conciencia de que hacerlo, los haría iguales a Él. La frase "Serán como Dios" resultó en la perdición total de la humanidad... Es la tendencia que tenemos todos de hacernos como dioses, buscando siempre los privilegios que eso supondría. La soberbia borra de la vista y de la conciencia la capacidad de percibir un mundo distinto al de los honores, de los privilegios, del poder, del dominio sobre los demás. Por supuesto, imposibilita la visión del servicio, del amor, de la fraternidad, de la solidaridad, del rebajamiento, de las necesidades de los humildes y sencillos... La soberbia embota completamente los sentidos, centrándolo todo en la visión de sí mismo. Por la soberbia expulsamos a Dios y a los hermanos del lugar en el cual deben siempre estar, y nos colocamos nosotros mismos en él. Para la soberbia es imposible el mandamiento más importante -"Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu mente y con todo tu ser, y al prójimo como a ti mismo"-, pues ese lugar central no lo ocupan ni Dios ni el prójimo, sino uno mismo. Si no están en el centro, es imposible amarlos por encima de uno mismo. No es razonable para el soberbio colocar absolutamente ninguna realidad por encima de sí...

Es el resumen de las tentaciones que quiso procurar el mismo demonio en Jesús en el desierto. Las tentaciones de servir al tener, el placer y el poder, no son otra cosa que la tentación de la soberbia terrible y funesta. Y lo peor es que ninguno de los hombres escaparemos de ella, pues es parte de nuestro constitutivo humano desde que los primeros seres humanos permitieron su entrada en ellos... Es la tendencia a la autonomía absoluta, al no aceptar normas y criterios ajenos, a buscar continuos reconocimientos, incluso en lo apostólico... La vanidad apostólica es, quizás, la más terrible de las vanidades, pues destruye todo lo que se haya podido construir... El salmo coloca la gloria en su lugar correcto: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria". La continua tentación de ser reconocidos, obnubila los sentidos al extremo de pretender darse a sí mismo los créditos. No hay peor mal que ese, pues consistiría en quitar a Dios el mérito que sólo Él se merece...

Fue lo que pretendió el demonio con Pablo y Bernabé en Licaonia: "Dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos", gritaban los pobladores cuando milagrosamente hicieron caminar a un paralitico, con la virtud divina, por la fe que éste demostraba. Llegaron incluso a querer ofrecerles sacrificios: "A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque se encargaba de hablar. El sacerdote del templo de Zeus que estaba a la entrada de la ciudad, trajo a las puertas toros y guirnaldas y, con la gente, quería ofrecerles un sacrificio"... La respuesta que dio Pablo a esta pretensión fue determinante, aunque le costó convencerlos de su absurdo: "Hombres, ¿qué hacen? Nosotros somos mortales igual que ustedes; les predicamos el Evangelio, para que dejen los dioses falsos y se conviertan al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen"... De ninguna manera quisieron sacar provecho de esta pretensión de reconocimiento de los licaonios... Sabían muy bien que sólo eran instrumentos y apuntaban a procurar la gloria sólo para el Dios vivo...

Colocar las cosas en su lugar justo es la clave de la humildad. No se trata de no reconocer lo bueno que se puede hacer, sino de dar el mérito a quien lo tiene de verdad. Si los hombres somos instrumentos de Dios y de su amor, simplemente debemos hacernos conscientes de que es a Él a quien se le debe el reconocimiento. El único reconocimiento posible para el instrumento es el de "Siervos inútiles somos, no hemos más que lo que teníamos que hacer"... Es hacer real la inhabitación de Dios en nosotros, tal como lo dice Jesús: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió". Ni siquiera Jesús se abrogó las palabras del Padre, sino que le dio a Él el reconocimiento. Amemos a Jesús, dejemos que Él con el Padre y el Espíritu vengan a habitar en nosotros y nos hagan excelentes instrumentos suyos, haciendo el bien para todos y dándole sólo a Él el reconocimiento...

domingo, 18 de mayo de 2014

¡Qué absurdo es construir sin Cristo!

Cristo es la piedra angular que no puede ser desechada por los constructores. No sólo es necesario para construir el edificio de la fe, sino para construir la vida entera. Existe una equivocación generalizada de que Cristo influye sólo en la vida de los que creen. Si así fuera, su salvación no estaría destinada a todos los hombres. Su presencia da forma y esencia a la vida entera, por cuanto, por un lado, es la salvación que se vivirá en la eternidad al aceptarlo, y por el otro, es la suma de las virtudes humanas y cristianas que deben vivirse en lo cotidiano. Colocar a Jesús como fundamento de la propia vida asegura la presencia de las virtudes, de los valores y de los principios que rigen la vida cotidiana. Con Él, es natural vivir el amor, la justicia, la paz, la fraternidad, la solidaridad, la caridad, la armonía. Con Él se avanza en proyectos comunes que animan a la búsqueda del mayor bien para todos. Su llamada al amor excluye el individualismo, el egoísmo, la búsqueda de intereses particulares, la violencia, la exclusión, el odio, la esclavitud, la explotación de los más humildes... No es falso que muchos de estos valores pueden ser vividos sin la presencia de Cristo, pues son las "semillas del Verbo" de las que hablaba San Agustín, que están presentes en todos los hombres de buena voluntad. Sería, por lo tanto, injusto, que se atribuyan estas bondades sólo a los cristianos. Pero también es cierto que la solidez de su vivencia sólo se da teniendo a Jesús como fundamento de ellas. Sin esa presencia de Jesús como piedra angular, cualquier desavenencia, cualquier desengaño, cualquier oposición, inmediatamente pondrían en peligro el proyecto de solidaridad...

Jesús es la piedra angular que no puede faltar en la edificación de la ciudad de Dios en el mundo. Él asegura la solidez y la firmeza de las bases, la ilusión por seguir adelante en el proyecto de la fraternidad universal, la existencia de un núcleo que conglomere todos los intereses, la presencia del amor que motiva por encima de cualquier otra realidad que pueda motorizar la vida social... Él es quien llama con toda naturalidad al amor por encima de las diferencias, e incluso por encima del odio, que llama al perdón de quien ha ofendido gravemente, a la devolución del mal con bien, pues es lo que abunda en el corazón de quien se deja vencer por su amor... Su Persona, su Palabra, su Mensaje, su Obra, adquiere sentido sólo en la medida en que se acoge como norma primera, dejando a un lado la propia persona, los propios argumentos, los propios intereses, los propios estados de ánimo. Lo que importa es el amor, que trae consigo lo mejor para cada uno de los hombres... Por eso, la construcción del mundo nuevo que pretende Jesús al haber realizado la Redención del hombre y del mundo, se dará exclusivamente sólo si Él mismo está presente como piedra angular, en el corazón, en la idea, en la mente, en los esfuerzos, de cada constructor de ese mundo nuevo...

Jesús, para todos los hombres, lo es todo... Es Piedra Angular, es Camino, es Verdad, es Vida. Es Oración, es Palabra, es Caridad. Necesitamos que lo sea de verdad para que el mundo vaya mejor. No es posible descartar un solo aspecto de Jesús sin que se resienta toda la obra que los cristianos debemos poner delante del mundo. La queja de los griegos ante los apóstoles sobre la atención de la viudas es resuelta sabiamente por éstos eligiendo a siete santos varones de entre ellos, porque "no nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración... Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra". Acá están presentes los tres aspectos que es necesario cubrir en la obra de testimonio ante el mundo: Oración, Predicación y Caridad. No se trata, por tanto, de una espiritualización de la misión de los cristianos, sino de asumirla en todas las dimensiones necesarias. La intimidad con Dios en la Oración, el alimento de la Palabra de Dios para sí mismos y para los demás, la acción de Caridad en favor de los necesitados, es la obra que deben cumplir los cristianos ante el mundo, y que hará bien a todos, sin dejar a nadie fuera. Llenarse de Dios para llevarlo a los demás, dando a conocer a todos su mensaje de amor y sus obras, y haciéndose reflejo concreto de su amor a través de las obras de caridad en favor de los más necesitados llena todo lo que los cristianos deben hacer ante el mundo. Cada uno tiene una misión y al cumplir con ella, están contribuyendo a que cada hombre del universo entienda que debe construir el edificio de su fe con Jesús como Piedra Angular insoslayable...

Esta es la conciencia que debe tener cada miembro de la Iglesia, cada cristiano. Su presencia en el mundo no debe simplemente pasar sin más. Es necesario que entienda que debe dejar huella. Una huella en la que se concluya perfectamente que vive la salvación que Jesús trajo y que ha entendido además que debe consolidarla haciendo que sea salvación de todos... Para eso ha sido salvado y elegido por el mismo Dios para ser testigo de la salvación: "Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que los llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa". Eso es colocar a Jesús como la Piedra Angular. No hay otra manera. Es necesario hacerle entender al mundo y a cada hombre y mujer de la historia, que Jesús no es desechable. Que es la base más importante de todas para poder ser sólidos. Que sin Él todo se viene abajo y será siempre inestable. Que la firmeza la da vivir en Él y hacerlo siempre el centro, el fundamento, la meta de la vida. Que Él sea, real y definitivamente, el Camino, la Verdad y la Vida...

sábado, 17 de mayo de 2014

Dios es simple y se hace complejo porque tú eres complejo

Los hombres somos una realidad compleja. Somos compuestos por una realidad material y por una realidad espiritual. El gesto creador de Dios lo deja bien claro: modeló un cuerpo de arcilla -realidad material- y luego insufló en sus narices el hálito de vida -realidad espiritual-. Somos cuerpos espirituales, o espíritus corpóreos. Dios, por el contrario, es simple. Su realidad es simple, pues sólo tiene un componente espiritual. Lo superior es, así, lo más simple posible. No por eso es más comprensible, pues al ser infinito escapa de la posibilidad de "tomarlo" completamente... La limitación material del hombre, que lo hace un ser complejo, le dificulta también la compresión de lo que es absolutamente simple y además infinito... Sin embargo, en un momento de la historia, Dios decidió "hacerse complejo" como el hombre, para entrar en su historia y realizar la gesta liberadora más maravillosa de todas, que fue la Redención. Dios necesitó hacerse complejo, dejando su absoluta simplicidad, para lograr arrancar de la muerte al ser complejo del hombre. El infinitamente simple se hizo complejo por la corporalidad para realizar su rescate amoroso. San Ireneo de Lyon lo definió así: "Lo que no es asumido, no es redimido". Era necesario que Dios dejara su simplicidad y asumiera la complejidad para lograr arrancar de las tinieblas al hombre complejo...

Esta realidad salvífica era necesario que el hombre la comprendiera en su limitación. El ser complejo no le daba ninguna ventaja, sino que le hacía dificultoso el camino de la comprensión de la realidad espiritual. Teniendo alma infinita, ésta quedaba confinada en la materialidad, con lo cual sus alas quedaban impedidas de hacerle emprender vuelos de altura. Lo evidente de Dios está, por la complejidad del hombre, escondido. Su limitación más grave es la imposibilidad de elevarse a las alturas de lo simple, más aún de lo infinito. Sólo la pureza y la santidad absolutas, en la que el lastre de lo corporal queda superado idealísticamente, puede hacer que el hombre tenga algún acceso a lo simple de Dios. Es lo que sucedía a Adán y Eva antes del pecado. Yahvé, el Creador simple e infinito, venía desde su trono de gloria cotidianamente a dar sus paseos para encontrarse y conversar con el hombre. Fue una de esas veces en la que vino y que no lo encontró, que descubrió tristemente que habían perdido su pureza y su santidad, ya que había desobedecido la orden expresa que Él había dado, pues quería "ser como Dios". Es como si el pecado hubiese acentuado y hecho más pesado el lastre de lo corporal y hubiese hecho más difícil la entrada en el misterio profundo de la simplicidad divina... El rescate consistía, entonces, en entrar en la complejidad del hombre y hacerla pura de nuevo, para que pudiera entrar nuevamente en el círculo divino. Era necesario caer con él, entrar en lo más profundo del hoyo en el que él mismo se había metido, apagar la luz inmarcesible que Dios poseía naturalmente, para, haciéndose complejo pero conservando su santidad y purezas infinitas, poder tender la mano para sacar del abismo al que es complejo...

La simplicidad del amor en Dios es lo que lo hizo posible. Dios ama simplemente, sin complejos, sin recovecos, sin ocultamientos, sin rebuscamientos. El amor de Dios es simple pues no se fija en el receptor, sino en el emisor, que es Él mismo. No hace nada por impedir la expresión de su esencia amorosa, pues sería la negación de sí mismo. Por eso el amor de Dios es simple y sencillo. No impide nada, no excluye a nadie, no deja de brillar para todos... Y en ese afán de amar con la máxima simplicidad, quiere y procura que su amor quede lo más claro posible a sus receptores. En un alarde de generosidad, hace que su realidad espiritual, la cual incluye ese amor simplísimo, le quede bien clara al hombre. Busca empeñosamente que lo simple de su ser y de su amor se haga lo más evidente posible para el hombre. Y eso pasa por asumir la complejidad del hombre en todo, no sólo en su ser, haciéndose hombre, sino en hacer, de alguna manera, "material" su esencia divina... Un primer paso en esa intención reveladora, lo realiza Dios, sin duda aún necesitada de una ulterior más evidente, en lo que se puede descubrir como reflejo en todo lo creado. "Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible a través de las cosas creadas", dice San Pablo. Dios condesciende con la complejidad del hombre, haciéndose visible, dejándose "tomar", haciéndose el encontradizo con su mente material...

Pero da un paso más... No sólo se deja descubrir en la creación, sino que se hace aún más asequible a la complejidad humana, como lo hemos dicho, haciéndose complejo. Establece, de esta manera, la "sacramentalidad" en la cual vivimos los hombres nuestra fe, para no sólo hacerse descubrir, sino para dejarse "robar" por el hombre y por su amor. Todo lo espiritual queda como "escondido" en lo material, simbólicamente, de modo que en cada acción sacramental de la Iglesia el hombre perciba la inmensa riqueza y la infinita grandeza de lo que ocurre en la realidad espiritual. El mismo Jesús se define como quien viene a hacer visible al Padre: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". La realidad corporal de Jesús, Dios hecho hombre, hace visible por la corporalidad al mismo Dios. Y desde ese ser sacramental de Jesús, desciende para el hombre todo lo espiritual. La marca de la sacramentalidad queda indeleble para todo lo que Dios quiere hacer entender a los hombres. Su inmenso amor, de nuevo, procura que esto quede muy claro. Así, la Iglesia es el sacramento que hace presente al mismo Jesús en el mundo. Cuando Pablo perseguía a los cristianos, el mismo Jesús se lo aclara: "-Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? -¿Quién eres, Señor? -Yo soy Jesús, al que tú persigues". Los cristianos eran la Iglesia, y la Iglesia era Jesús... De allí la fabulosa teología de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo que desarrolla Pablo... Y, finalmente, cada uno de los sacramentos son canales de la misma Vida de Jesús que Él quiere transmitir a los hombres. "He venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia..." "Esto es mi Cuerpo... Este es el cáliz de mi Sangre..." "El que come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá Vida eterna..." Lo sacramental es fundamental en la expresión de nuestra fe. De otra manera, nuestra complejidad nos impediría experimentar lo simple. Esa sacramentalidad es la condescendencia de Dios con la complejidad humana... Una vez más, Dios no se deja ganar en generosidad y hace brillar su amor infinito por el hombre...

viernes, 16 de mayo de 2014

Tu Camino, tu Verdad, tu Vida...

El Camino, la Verdad y la Vida... ¿Qué más podemos pedir? Jesús lo es todo para los hombres. El ser Camino, Verdad y Vida comprende prácticamente toda la gama de lo que los hombres podemos esperar. El anuncio que hacían los primeros discípulos era prácticamente que descubrir a Jesús era descubrirlo todo, que estando con Él ya no se necesitaba nada más para seguir adelante con ilusión y esperanza en la vida, pues al final, la meta era la llegada a la felicidad plena, en la que nos espera la plenitud de la Vida. Pero no sólo eso, sino que en el caminar hacia la meta teníamos la fortaleza de la Verdad que nos acompaña, que es el mismo Jesús. Y para mayor seguridad, el mismo camino es Jesús, quien se ofrece para que lo recorramos completamente y sin tropiezos... No se puede esperar más...

Jesús es el Camino de los hombres. Es la meta y es la ruta. Él es quien da las indicaciones para llegar cada vez más adelante. Y el Camino nos proporciona todo lo que necesitamos: fortaleza, ilusión, ánimos... Tener como Camino al que perseguimos nos hace ya poseerlo, con la esperanza firme de que lo poseeremos plenamente y de que al llegar a Él como realidad última, ya no lo podremos perder jamás porque pasará a ser posesión definitiva. El Camino se hace raudo y feliz al tener al mismo Jesús como compañero de Camino. Aquellos dos discípulos de Emaús habían perdido prácticamente toda esperanza y estaban caminando derrotados hacia una meta incierta. Sólo el pesar de haber perdido la ilusión llenaba sus corazones. Pero en el Camino, que es el mismísimo Jesús, éste se aparece y comienza a llenar de gozo los corazones de quienes se sentían derrotados y aplastados por las evidencias. Jesús los va despertando del letargo y los va animando de nuevo, los va invitando en la conversación a no amilanarse jamás, a asumir las crisis y los problemas, los dolores y los sufrimientos de la vida como partes esenciales del vivir, que podrán ser siempre superados cuando se tiene la vista fija en la meta que es la felicidad definitiva e inmutable. Más aún son combustible para seguir adelante. El Camino da el alimento para no desfallecer. Los discípulos lo reconocieron al partir el Pan, que era el alimento que Jesús daba para mantenerse firmes en el empeño por llegar a la meta. Y da también, como a la Samaritana, el agua necesaria para refrescarse y avanzar. El Agua de la Vida, de la fuente de agua con la cual no se tendrá más nunca sed... El Camino es, en sí mismo, fortaleza, pues no puede comportarse de otra manera diversa Jesús...

Jesús es la Verdad de los hombres. Cuando Pilato le preguntó a Jesús qué era la Verdad, Jesús calló. Pilato la tenía delante de él y no la reconoció. La Verdad es la Palabra de Cristo, es el amor que nos dio y que nos exige a todos como prueba de pertenencia a Dios. Es la vivencia de la salvación anticipada para tenerla completa en la eternidad. La Verdad es la que nos da Jesús con su entrega definitiva, a pesar de que en un primer momento parezca una derrota. Esa Verdad vence porque es poderosa y no tiene otra cara. En nuestro mundo vence en ocasiones la mentira porque damos la espalda a Jesús y a su Verdad. Quienes mientan, quienes manipulan la Verdad, quienes se ponen al servicio del odio, de la violencia, pretenden destruir la Verdad. Pero lo cierto es que la Verdad no será jamás vencida, aunque sea herida. El poder de la mentira es sólo el que los hombres pongamos en sus manos. El diablo es el padre de la mentira y ha sido vencido con la aparente derrota de Cristo en la Cruz. Nunca antes estuvo más vencido el demonio como cuando Cristo yacía inerme en el altar de la Cruz... La Verdad venció resucitando gloriosa y erigiéndose en la bandera de quienes quieren llegar a la plenitud de la Vida, que es el mismo Jesús, Verdad Eterna...

Jesús es la Vida de los hombres. Y Él quiere que tengamos esa Vida en plenitud. "He venido para que tenga Vida y la tengan en abundancia". Dios siempre es exagerado. Si necesitamos Vida, nos la da a borbotones. No tiene medida, pues da el 100 por uno. Es impresionante la medida de Dios, que siempre será rebosante, exagerada. En la multiplicación de los panes sobraron doce cestos llenos de trozos de pan y de pescado. Hubiera sido suficiente menos, pero la mano de Dios es generosa y da la Vida toda. Y toda siempre es más. Nuestra vida, al estar signada de la presencia de Jesús, se hace rica, elevada, fraterna, justa, pacífica. Quien tiene la Vida de Jesús en sí mismo no puede sino vivir como vivió Él. Y su Vida fue de entrega, de servicio, de amor, de intimidad con Dios, de auxilio continuo a los más humildes, sencillos y necesitados. Vivir la Vida de Jesús es la dignidad mayor que podemos tener los hombres, por cuanto nos llenamos del tesoro de Dios. Nos convertimos en esas vasijas de barro que llevan dentro de sí lo más valioso que hay sobre la tierra: la misma Vida de Dios, la Gracia, que enriquece y capacita para la santidad. Así, podremos vivir realmente como hermanos y hacernos vida para los demás. Cristo es la Vida de nosotros, para que nosotros nos hagamos, por Él y con Él, Vida para los hermanos...

Anunciar a Jesús a los hermanos es nuestra felicidad, para que sea plena. Sólo compartiendo a quien es el Camino, la Verdad y la Vida, será más eso mismo para nosotros. Los primeros discípulos lo entendieron así y por eso lo llevaron a todos. Por eso vivieron con mayor densidad esa realidad de Cristo: "Nosotros les anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús". Él es la realidad más alta a la que podremos alcanzar los hombres y por eso no debemos cejar en el empeño de llegar a Él...

jueves, 15 de mayo de 2014

Tú eres importante para la Salvación del mundo

En la historia de la salvación hay personajes que prefiguran a Jesús, hay quienes profetizan su presencia en el mundo, hay quien es su Precursor y hay quienes anuncian su persona, su palabra y sus obras a los demás. Dios es sabio y se ha encargado de que todos los hombres de toda la historia tengamos la posibilidad de atisbar en el futuro, de experimentar en nuestro presente o de recordar lo que se hizo en el pasado para actualizarlo en nuestro aquí y ahora... Las Sagradas Escrituras están plagadas de personajes, hombres y mujeres, que cumplen alguna de estas funciones para nosotros...

Desde que se inició la revelación en la cual Dios mismo anunció su historia de amor con los hombres, anunciando el envío del "Hijo de la mujer" que pisaría la cabeza de la serpiente, del demonio, ya no hubo un solo momento en nuestra historia en la que no hubiera un gesto, una acción, una palabra de Dios hacia los hombres en los que no expresara claramente su intención salvífica. Aquellas palabras con las que se inicia esta historia de salvación, que habla del diseño de un Plan salvífico en el que Dios se "inmiscuye" en la historia humana haciéndose un actor más en ella, son el punto de arranque de la "historia humana" de un Dios que no quiso desentenderse de la suerte del hombre. En el extremo de lo justo, pudiéramos pensar que para Dios, no teniendo necesidad de nada más que de sí mismo, lo más cómodo, lo menos comprometedor, hubiera sido simplemente hacerse la vista gorda, desentenderse de lo que había creado, e incluso hacer desaparecer aquello que le estaba complicando la existencia. No había sido una "buena inversión" lo que había hecho existir, pues había sido retorcido completamente su plan y no se estaban cumpliendo sus expectativas... Mejor para Él hubiera sido sencillamente quitarse ese peso de encima... Pero esto hubiera desdicho de su esencia infinita, omnisciente, todopoderosa y amorosa... Al ser omnisciente sorprende pensar que todo lo sucedido estaba en la mente de Dios, no como destino cruel y trágico, sino como realidad verificada al crear al hombre con libertad plena como la suya. Al ser todopoderoso sabemos bien que ningún mal podía vencerlo, por lo cual es absurdo pensar que se echara atrás ante lo que plantea un reto a ese mismo poder que posee. Y, lo más importante, al ser infinitamente amoroso, es absolutamente consecuente con ese ser de amor el tender la mano desde el principio para enderezar el entuerto que la libertad donada al hombre había establecido. Quien ama no impide el error eliminándolo. Busca corregirlo ofreciendo un camino alternativo de atracción hacia el bien, presentándolo con ternura y suavidad, de modo que se entienda que en el perdón, en la misericordia y en el ofrecimiento de una nueva oportunidad está la riqueza. Que nunca estará en la obstrucción de la existencia o en la imposibilidad de errar...

Cada uno de los personajes de la historia de la salvación, de alguna manera, nos habla de esta realidad divina. Los Patriarcas, abandonados totalmente en las manos de Dios, siguiendo al pie de la letra su voluntad, sirviendo para conducir al pueblo, nos dan la clave para la comprensión de un Mesías que se pondrá al frente de todo un pueblo -la humanidad entera- para conducirlos a todos al encuentro del Señor en la tierra prometida. Los Profetas, con su palabra y hasta con su propia vida, nos van dando luces de lo que será el Redentor. Dios los toma como sus altavoces para ir diciéndole al pueblo cuáles son sus designios y cuáles son las características del futuro Mesías para que lo reconozcan cuando aparezca. Cada profeta va encendiendo una luz que ilumina la figura del Redentor. En la plenitud de los tiempos sólo faltaba que apareciera el Mesías, pues ya estaban todas las luces encendidas... Los Jueces fueron elegidos por Dios para decidir sobre las situaciones en las que se necesitaba el discernimiento y la sabiduría de los instrumentos elegidos para hacerlo, colocándose siempre del lado de la justicia, protegiendo a los débiles y a los indefensos... El Mesías iba a ser el defensor de los más humildes y sencillos, dejándose llevar exclusivamente por el amor, la piedad y la misericordia... Los Reyes, entre los cuales destaca David, son figura de quien debía regir al pueblo y conducirlo, guiándolo con mano suave, protegiéndolo de los invasores, liderando las batallas... El Mesías será el gran Rey de Israel y de todo el Universo, por cuanto se encargará de gobernar desde el amor, con la autoridad que da el servir a todos por amor, defendiendo a cada uno de los embates del maligno...

Así, ellos eran sin duda, descubridores de lo que sería el Mesías Redentor. Finalmente, al llegar la plenitud de los tiempos, llegó el Mesías esperado. Lo anunció el Precursor, Juan Bautista, quien lo descubrió en medio de la multitud de quienes venían a ser bautizados: "Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo", dijo a todos, aclarándole con toda humildad, "Yo no soy quien ustedes piensan; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias". Él era simplemente "la Voz que clama en el desierto", era quien portaba las sandalias del que anuncia la llegada de la paz para todos...

Hoy, todos somos los enviados de Jesús al mundo, para anunciar su Palabra y su amor, siendo testigos de su obra en nosotros. No seremos nunca más que quien nos envía, sino simples instrumentos del amor, con la única dignidad de haber recibido su infinito amor, pero para hacerlo patrimonio común para todos, con lo cual será cada vez más nuestro... "El criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que ustedes saben esto, dichosos si lo ponen en práctica"... Es nuestra tarea, para hacer que se siga avanzando en la historia de la salvación que Dios ha diseñado para el mundo. No podemos permitir que esa historia se estanque. Somos los instrumentos que Jesús quiere usar para hacer llegar la salvación a todos. Somos enviados por Jesús al mundo para darle su amor a los hermanos...